Vacaciones, NO molestar
- Autor: José Morales Jiménez
- Género: Viajes - Geografía
- ISBN: 979-8373290432
- Nº Páginas: 178
- Encuadernación: Tapa dura
- Formato eBook: ePub
- Año: 2004
Escribi este relato en el año 2004, poco después de que transcurrieran los hechos narrados. Cuando he vuelto a encontrar el archivo, mi cerebro ha resucitado algo que, desde que lo escribí y lo hice libro, se había convertido en deuda pendiente postergada una y otra vez hasta el olvido: en el documento inicial, no aparecían los nombres de ninguna de las personas protagonistas, incluido el mío propio, como fórmula para acelerar el proceso de escritura, corrección, impresión y encuadernación. La juventud de aquellos padres y de aquellas madres que protagonizaron este relato usaba melena al estilo de los Beatles, incipientes barbas desgarbadas, bigotes, pantalones de campana, vaqueros, laca, camisas de cuadros, jerséis ajustados, trencas, faldas plisadas, cazadoras, zapatos con plataforma, bambas, zapatillas de lona, ateísmo incipiente, rebeldía horaria, aromas libertarios y pulseras artesanas. Éramos asiduos de aquellos conciertos con hora de comienzo y finales inciertos, habitualmente de madrugada, que, con los primeros porros, las cotidianas cervezas y los caros cubatas, nos llevaban a amanecer con Lole y Manuel, a sudar hasta el desmayo con Leño y Barón Rojo, a hacer los coros a Sabina y Miguel Ríos y a prestar oído a Manuel Gerena, a Paco Ibáñez o a los Pata Negra con una botella de vino peleón. Eran tiempos de excursiones por los alrededores de Lucena viajando en un Seíllas con cuatro cascos de moto, una nevera, la bolsa de las toallas y una sombrilla de playa. Bajo el asiento del chófer, un radiocasete que sonaba durante el viaje y más tarde en el campo, en algún río o en la lejana playa de Valdearenas, en el pantano de Iznájar. Los cascos eran de los cuatro que viajaban en las Vespas, a las que había que lijar la perlita de vez encuando o refrescar el motor con agua. Eran tiempos en que ocupábamos la casa que los padres de Rafi tenían junto al Coso, un santuario para el ocio, el pecado y algún que otro negocio. Tenía piscina de un metro de fondo, mesa de ping–pong, mesas y sillas para impartir clases particulares en verano y camas por las que rotábamos las parejas ennoviadas. En otros míticos lugares vivimos incontables momentos sazonados de tertulias, charlas, cotilleos y risas a mansalva, lugares conocidos del pueblo como la Cuesta del Espino, La Reja, el Tucán o El Abuelo, con su patio y los Morales. Muy de vez en cuando pisábamos el apartamento de Gory o la casa de algunos maestros. Y, por último, la Juan de Mairena, la librería de Pipo donde tenían lugar potentes tertulias o una actividad frenética para organizar actividades políticas y culturales. Así éramos, así somos. Comenzaron a llegar hijas e hijos, las reuniones de convivencia se fueron distanciando, pero hemos conseguido memorables hitos de amistad. Hace poco, nos volvimos a reunir, sin hijos, tres familias en el Cortijo Palitroques, en Priego de Córdoba, con arrugas y alguna que otra peromia. Han cambiado un poco las maneras de pensar de los ocho adultos y los siete niños son ahora jóvenes que empiezan a ocupar un lugar en los bancos remeros de esa galera que es el mercado laboral, el mismo que los adultos estamos a punto de abandonar. No ha habido tantos cambios en el país a nivel sociológico, tal vez algunos preocupantes y peligrosos pasos atrás en cuanto a derechos cívicos y salud democrática, aunque a nivel físico sí es evidente alguna evolución en la red de carreteras e infraestructuras y en el campo tecnológico no ha habido un avance, sino una auténtica, bestial y radical revolución.