El murmullo que las drizas y los mosquetones hacen mientras el escalador los guarda en su mochila, al prepararla para realizar su próxima escalada, le trae gratos recuerdos. Son los mismos que regresan una y otra vez a su mente mientras, a pie de vía, los va colocando sobre las piedras, ordenándolos, revisándolos, colgándoselos después unos del pecho, otros en su arnés… “Está allí por ella; por una chica que vió y siguió, a escondidas. Una escaladora con clase. De continuo regresa a su mente su figura, y cómo, elegantemente progresa por diedros, placas, chimeneas o fisuras… Sólo se entrena por ser su segundo de cuerda algún día. Algún día…” Ésta es una de las muchas historias, reales o imaginadas, que ocurren entre ventiscas, rocas, hielos, luz de altura, esfuerzo, sacrificio, camaradería, refugios, estrellas, largas caminatas… Siempre, como telón de fondo, la montaña, y los hombres que se acercan a ella. Nieve, hielos, aristas, huracanes. Laderas que no terminan nunca. Noches estrelladas. Y la Tierra que espera. Y las montañas que llaman. Y los hombres que escuchan su canto, se fascinan y van…hacia ellas: esperanzados, ilusionados, anhelando… Treinta fantasías de amistad. Treinta fantasías de soledad… Treinta fantasías de la altura… Y algunas más…