No existe en la palabra poética mayor beneficio que el temblor. En gran medida lo demás: aquel dudoso prestigio catedrático por la letra impresa aún en tiempos de desconfianza y de descrédito. Un tiempo impuesto desde el poder con todas sus formas amenazantes y descalificadoras. El tiempo en que los pobres de espítitu deben cargar -parece- con la responsabilidad de la lucidez y, con ello, correr el riesgo de llevar el estigma social de la soberbia. Nada más lejano a la verdad ni nada más perverso. Duda sí, fragilidad sí, exposición a cielo abierto, también, pero al cielo humilde de los mansos. Así en “Sé de los charcos” Juan Andrés Pascual Almendros se expone por imposición de realidad. Un poeta honrado, un hombre bueno, “en el buen sentido de la palabra bueno” y no solamente de bondad: bueno por vivir a diario lo evidente con el alma limpia, por esa suya rara, elegante, clarividencia inevitable. Gabriel Viñals