Jaime y Beatriz hablaban de él, de Severino y su librería y de su amor por los libros que no quería vender. Yo callé y dejé que me contaran. Sabía de Severino desde hacía bastantes años. En el texto he dejado su nombre sin más y su librería no en su calle, sí en su barrio, sí en la que fue su ciudad. Miré con atención un bulto grande en la arena cerca de las Rocas Blancas pues creía ver una pierna saliendo de la arena. Cogí los prismáticos, descorrí la doble cristalera y salí a la pequeña terraza. Enfoqué y vi un cuerpo en la playa: veía una pierna, un montón informe de arena que pensé sería el cuerpo y más arriba, a su alrededor, cinco gaviotas indecisas lanzaban picotazos. Cada una de las veces que he estado en el despacho de Chiarelli me impresiona ver algo tan extraño como dibujos de Da Vinci o de Miguel Ángel, dibujos auténticos tan solo separados de mis dedos por un cristal. Por estar en Florencia no necesitan protección. Eso era lo que atraía mi vista.