¿Para qué sirve el frío?
- Autor: Julia Conejo Alonso
- Género: Poesía
- ISBN: 978-84-941551-6-1
- Nº Páginas: 66
- Encuadernación: Tapa blanda
- Año: 2013
La poeta de Tarrasa Julia Conejo Alonso publica en la editorial Origami ¿Para qué sirve el frío?, un nuevo trabajo que supone su tercer poemario en tres años. La editorial gaditana Origami, publica en el número 36 de la colección La Casa del pintor, el nuevo poemario de Julia Conejo (Tarrasa. Barcelona), ¿Para qué sirve el frío? El primer trabajo de la autora que ve la luz sin necesidad de haber obtenido ningún premio, lo cual es un claro síntoma de que la carrera literaria de la poeta -iniciada en 2010- se ha consolidado. En 2011, la obtención del premio Joaquín Benito de Lucas que convoca el ayuntamiento de Talavera de la Reina permitió a Julia publicar su primer poemario Muñecas recortables, que fue publicado en la colección Melibea y supuso el principio de un nuevo y singular cauce poético. En el año 2012, de nuevo Julia Conejo vio premiado su buen hacer literario, obtuvo el prestigioso premio que organiza la institución Alfonso el Magnánimo de Valencia, su poemario, Peces transparentes, era publicado en la editorial Hiperión. Sin duda, es imposible vaticinar, cuando uno comienza su andadura como escritor, si sus desvelos en la sombra serán reconocidos o no; Julia Conejo, con ¿Para qué sirve el frío? Constata que su poética ha dejado de ser emergente y se ha constituido como un valor seguro en la poesía actual. El libro comienza con un escueto prólogo escrito por la gran poeta Ana Isabel Conejo, autora de Atlas (Hiperión, 2005), una breve pincelada de luz para el lector que acierta plenamente en su exposición: “…nos brinda un recorrido a través de lo cotidiano” “…un pensamiento poético que trasciende lo sentimental para construir una visión coherente y poliédrica del mundo”. Son palabras que definen muy bien el fondo y la forma del argumento sensorial y sentimental que contiene el libro. El poema titulado Poética destila una modestia que desciende de la sinceridad, Julia nos confiesa que sus pretensiones como poeta no van más allá de la supervivencia; advierte que su relación con la literatura es por interés, que no busca la sublimación gramática ni espera su laurel, y tal vez por eso, conforme vamos leyendo los poemas y confirmando que su testimonio es cierto, comprendemos la grandeza de su perspectiva, una mirada pura y sencilla de la que florecen versos desnudos. El primero de los tres bloques que conforman el libro lleva por título De noches que hielan. Aquí encontramos el primer poema, titulado “Arrugas” y paradójicamente está enlazado con el último poema del libro, titulado “Más vieja”. En ambos, Julia alude al paso del tiempo, son poemas breves, casi divertidos, y la autora emplea en ellos tanta ironía como optimismo; quizá sea ésa preocupación, la del paso del tiempo, la gran herida invernal a la que alude el título del poemario, la herida con más peso, la adecuada para abrir y cerrar el libro. El frío de la muerte y el olvido, el frío del silencio y de lo absurdo. La poeta, consciente de que ese frío que transmite sentirse no querido, desangelado, no produce más que dolor, acomete la tarea de sondear sus preocupaciones a través del humor y el sarcasmo: “Se me cayeron de la cara / las arrugas / y las patas de gallo”. “Ya soy más vieja / que cualquiera de los versos / que escribió Dylan Thomas”. Los poemas de Julia Conejo están circunscritos a un estado de ánimo, sus divagaciones, son unas veces llenas de rabia, otras melancólicas, pero en todo momento se encuentra en ellas la nostalgia, a veces romántica, a veces hiriente, cerniéndose como un velo sobre sus poemas y dotándolos de un encanto magnético: “Te regalaron / un verbo subjuntivo / entre dos azucenas // para que no se te olvidara / en el incierto viaje que emprendías / la posibilidad de la belleza”. La realidad es objeto de estudio en la mirada poética de la autora, como por ejemplo en el poema titulado “Un paréntesis de paz”, donde la contemplación del cuadro La Lechera de Vermeer, es causa suficiente para poetizar las sensaciones que le produce: recogimiento, paz, sueño, un remanso de quietud donde la leche vertida por la protagonista del cuadro es fresca, y sin embargo ese frescor es siempre vigoroso y aromático. La contemplación del arte, o más bien los efectos que provoca en nosotros observarlo, también son el trasunto del poema titulado “Clint”. En él, la autora se identifica con el personaje encarnado por el actor Clint Eastwood en la película Los puentes de Madison y no se resigna a que el amor entre los protagonistas no pueda continuarse e imagina un nuevo final, más esperanzado y con el que comulga por completo: “En alguna carretera secundaria / del medio Oeste, / Clint Eastwood sigue esperando / la llamada / de Meryl Streep”. El segundo bloque lleva por título Almas de invierno, aquí, el desencanto y la crítica adquieren más presencia en los versos, como por ejemplo en el poema “Estallaba la guerra”, donde su voz contestataria a través de un sueño, dibuja la metáfora cruenta de un posible escenario real: “…Esta noche soñé que estallaba la guerra. / O una manera más de imaginarme / este fin de los tiempos / en el que están convirtiendo nuestras vidas”. Ese desasosiego por la crudeza de la realidad, está presente también en los poemas Reservado ambulancia, Bingo e Historia de un local comercial, donde con el mismo talante irónico y lenguaje sencillo, Julia va reflexionando hasta de la cosa más mínima y mundana, nada escapa a su mirada de poeta, un rumor al otro lado de la pared, un cartel de “se alquila” colgado en la puerta de un local, un vado para vehículos. Cualquier cosa es susceptible de convertirse en verso en las manos de Julia Conejo, un verso libre y expansivo cargado de argumento y dobles interpretaciones. En el poema Barbacoa, la poeta reflexiona sobre las costumbres de vida del ciudadano contemporáneo y advierte que no son muy distintas a las de nuestros padres primitivos, razonamiento que lleva consigo una buena carga de decepción, ya que como sociedad, poco hemos evolucionado: “Las mujeres preparan la sopa. / Y los hombres se encargan de la leña…”, “…No estoy hablando de hombres primitivos. / Estoy contando / cómo fue la barbacoa / del pasado viernes,…”. El tercer y último bloque es el más breve, lleva por título Refugio transitorio y se compone de 11 poemas. Aquí la argumentación de los versos es casi unípede y esplende en ellos, la rotunda convicción de que lo único que puede luchar contra el amenazante frío es el calor de la palabra. La palabra es ese refugio transitorio al que alude el título, una palabra de naturaleza luminosa que invita a consagrarse a ella y así romper la cadena de frío formada por los dolores que soportamos. La poesía transfunde a la palabra todo su poder y la convierte en arma y antídoto: “Cuando escribo / no quiero contenciones / ni distancias. Quiero lanzarte palabras / hasta que caigas / herido, o muerto -si es el caso- / lapidado hasta las cejas / de verdades como puños”. Así, poema tras poema, encontramos que la palabra vence a las matemáticas, como en el poema Matemáticos rusos; encontramos que la palabra, su fuerza rutilante vence a los miedos; en ella, la poeta encuentra un bastión que defender, una herramienta que esgrimir para soportar el curso atribulado de esta vida lacerante. Finalmente, el tercer bloque se convierte en un canto a la vida, la palabra nos brinda esa necesitada esperanza y todo en sí se vuelve menos dramático. Palabras para enamorar, para maldecir, para compartir un pensamiento, en definitiva, palabras bellas para combatir el gélido frío que nos aguarda tras la esquina de las cosas. José Antonio Olmedo López-Amor