Las letras reunidas por Ariel Fernández en el libro Nunca es lo que hay, que puso generoso en nuestras manos, nos interpelan desde el comienzo hasta el fin. Un fin inaprensible porque el devenir de los hechos fluye como la vida misma con todos sus avatares, y los poemas nos van llevando en un periplo apasionante, a veces con vértigo y otras con la mesura indispensable para la pausa y la meditación. El autor-poeta nos convoca a romper con la indiferencia, desnuda las imposturas de este mundo plagado de fetiches-mercancías y de hipócritas coartadas ideológicas. Estas páginas son un llamado potente e insoslayable para que nunca miremos hacia otro lado, para que no le saquemos el cuerpo a las realidades lacerantes. Para que nuestras energías vivencian el amor y asuman los desamores cotidianos, pero siempre en actitud de beligerancia contra lo injusto en posición de resistencia y creación. Ariel, como Walt Whitman y León Felipe lanza de su decir-hacer mensajes múltiples que rasgan los velos que pretenden encubrir lo que muchas veces está a la vista de todos, pero que la indolencia inducida por el aliente sistema social busca esconder. El poeta nos incita a permanecer en la vigilia, pero alertando como Macedonio Fernández que no toda vigilia es la de ojos abiertos, que es preciso jugar a la pasión a cada instante, aun en tiempos sombríos donde pululan los voceros del desencanto. Amar, pensar sentir, crear solidarios y aun muchas veces solitarios, para que al decir de Gabriel Celaya la poesía siga siendo un arma cargada de futuro y el futuro no sea una quimera, sino aquello hacia lo cual avanzamos con obstinación por la libertad. Carlos A. Solero Rosario, Región Argentina15 de Junio de 2014