Hace tiempo que Juanjo Fabiano perdió el miedo al poema. Seguramente lo habrá experimentado cuando conoció a Alberto Lagunas y le dejó una serie de manuscritos con olor a poesía. Sin duda, también, cuando el maestro expresó el veredicto sobre los versos del aprendiz. A partir de allí, de ese juicio estimulante sobre la esencia de las palabras, Juanjo atravesó etapas diversas entre sensaciones volcadas sobre la blancura de la hoja, la necesidad aplacada de manifestarse en estrofas y la urgencia de plasmar sus días por escrito. A través de este libro, de esta sucesión de poemas irradiados desde las vísceras mismas de los sentimientos y emociones, aflora lo que a todo ser humano atañe y esclaviza. Juanjo ha mirado íntimamente aquello que lo conmueve, lo atribula y lo enoja y, así, al dar vuelta las hojas de sus pensamientos, nos invita a mirarnos en un ejercicio de complacida introspección. Porque Juanjo, ni más ni menos, se ha tomado el tiempo para observar y observarse, como quien cerrara los ojos y emprendiese un viaje por lo más oculto de sí mismo en busca de una conclusión. Se permite —y nos permite— saber de él en cuanto transeúnte del calendario. Podremos identificarnos o no con lo que el autor nos convida. Podremos ser escépticos o no respecto de sus convicciones. Podremos estar de acuerdo con su punto de vista o no. Lo que no podremos eludir será la mirada íntima de la sensibilidad al desandar estos poemas. Marcela Trébès