MENESTER

  • Autor: ANGELA NEIR-MUÑOZ
  • Biografía Autor: ANGELA NEIRA- MUÑOZ
  • Género: Poesía
  • ISBN: 978-956-7821-68-6
  • Nº Páginas: 62
  • Encuadernación: Tapa dura
  • Año: 2015

Soy la palabra que habita la punta de la lengua Por Andrea Franulic Los textos de Ángela Neira nos remiten al nexo perdido del que nos habla la semióloga italiana Patrizia Violi, entre la experiencia histórica y corporal de las mujeres y las palabras patriarcales – ajenas – que la nombran y contienen. Dicho de otra manera, este nexo perdido explicaría el corte abismal, brutal y traumático entre lo que vivimos, sentimos, pensamos, percibimos y experimentamos las mujeres y la ausencia de palabras propias para expresarlo, interpretarlo, definirlo y darle efecto de realidad. Por eso, cuando la poesía viene dicha desde un sujeto mujer, nos encontramos ante una posibilidad que escapa de los confines patriarcales. La experiencia de la ausencia de palabras propias es compartida por las mujeres en la civilización patriarcal y no es equivalente a ningún otro tipo de opresión. Los hombres, pese a sus relaciones de dominio en torno a la clase, la raza o cualquier otra identidad de oprimido, que también nos compromete, no vivencian este vacío. Pueden ser silenciados, pero nuestro silencio asume otras dimensiones, más radicales. Como dice la lingüista feminista Mercedes Bengoechea, las mujeres, dentro de la lengua masculina, tenemos dos alternativas: la alienación o el silencio. La primera de estas consiste en usar la lengua para ser escuchadas e intentar comunicarnos, sin embargo, este uso constantemente tergiversa nuestras experiencias: parcializándolas, malinterpretándolas, borrándolas y desvalorizándolas. Si nos resistimos a padecer esta alienación, y aquí surge la segunda alternativa, quedamos en silencio, porque no contamos con otras palabras para decirnos. No obstante, la imaginación y el lenguaje humanos poseen potencialidad creativa, y las mujeres que se han salido del orden simbólico patriarcal y se han organizado políticamente de manera autónoma entre ellas, en el presente y en el pasado, han ido rompiendo los cercos de la lengua andrógina. De esta manera, poetas y ensayistas lesbianas y feministas radicales, como Adrienne Rich y Audre Lorde, nos han provocado con ideas que nos invitan a extraer de nuestro silencio los contenidos rebeldes, que se han resistido a la tergiversación, y la fuerza para expresarlos. Así, Audre dice que la poesía no es un lujo, al contrario, es una práctica de sobrevivencia para las mujeres, pues nos permite transformar el silencio en palabras e indagar nuestros sentires profundos: los miedos, las esperanzas, los deseos… Adrienne, por su parte, nos conmina a construir una lengua común que proyecte nuestra visión de la realidad. Por eso, pese a las apariencias, cuando una mujer escribe, no está sola, existen mujeres que la preceden y que se inscriben en esta genealogía teórica, política e histórica. Es aquí donde sitúo la producción poética de Ángela, pues también ella nos interpela con el silencio, recurrente concepto en sus textos. Tampoco en ellos el silencio es mudo, tiene sonido (suena) y, por lo mismo, la potencialidad de articular otro lenguaje. Algunos versos sueltos, desperdigados en sus poemas, para ejemplificar: Y es fácil oír tu silencio / El silencio creyó ser escuchado / Desde el silencio que se oye cada vez que pensamos en hacernos / Dentro del silencio de un pestañeo / Y no dentro del silencio de la que debe callar… El silencio de las mujeres, entonces, debe entenderse no como incapacidad, sino como imposibilidad (al decir de las feministas radicales de la diferencia), debido a que contamos con un único recurso al alcance de la mano: una lengua empobrecida en sus significaciones que solo representa al cuerpo sexuado varón que cree en el dominio como forma de hacer cultura. Nos ha sido difícil reponernos a la tergiversación de nuestras vidas y a la perseverancia de nuestro silencio porque parcelas de la realidad, que nos afectan de manera radical, han sido especialmente borradas, pues ponen en peligro los cimientos de la civilización monolingüe del Hombre. Una de estas parcelas es la relación entre mujeres, que abarca el intercambio madre e hija, la amistad y la solidaridad, los vínculos intelectuales y artísticos, los lazos políticos y la resistencia conjunta, entre otros tipos de asociaciones entre nosotras como ayudarnos a parir o a abortar. Como dije al inicio de este prólogo, la poesía de Ángela habita el nexo perdido o, como digo en el título, la punta de la lengua: soy la palabra que habita la punta de la lengua. Esto es, se ubica en el borde: a ratos está más acá y, en otros momentos, más allá de la lengua mutilada que hemos heredado. La punta de la lengua es, metafóricamente, una posibilidad para producir otros sentidos de realidad. La expresión es polisémica: evoca, por un lado, la experiencia de intuir el contenido, pero no encontrar la palabra, la forma que lo manifieste (tengo la palabra en la punta de la lengua). Es entonces cuando debemos renunciar a las palabras fracasadas del patriarcado. Por otro lado, desde el punto de vista de la lengua como estructura, la punta es el límite de la lengua andrógina y la proximidad a su abandono. Al mismo tiempo, la expresión se enuncia en primera persona: soy la palabra. En efecto, somos palabras (aunque no solamente, claro está) y las mujeres debemos decirnos en primera persona para construir esa lengua común desde nosotras. Por eso también, porque somos palabras, no basta la soledad del escritorio, se requiere un esfuerzo político (no cualquiera) entre nosotras.

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