¿En qué nos convertimos cuando amamos? ¿En qué se convierte nuestra historia al ser contada por una voz ajena? Líquenes traza la crónica de la desaparición de un personaje, enunciada por otro que intenta reconstruir fragmentariamente su biografía. Esa tentativa de reescritura se va tejiendo sobre una urdimbre de vivencias y reflexiones en las que se ponen en juego facetas de la pasión amorosa como el ideal de simbiosis y la autodestrucción. La trama se va construyendo ante los ojos de quien lee: el proceso creativo es el alma del relato, compuesto, como una especie de tapiz, a partir de retazos extraídos de diarios, cartas, conversaciones, sueños, canciones y citas literarias. La voz narradora articula todos estos materiales orquestando su heterogeneidad, al tiempo que deconstruye marcas y patrones genéricos. Siendo el arte el “perpetuo movimiento de la ilusión” –en palabras de Bob Dylan-, la literatura queda planteada como un mecanismo experimental para poner a prueba los límites del lenguaje y explorar las orillas de la identidad. La lectura de esta novela requiere, por tanto, una implicación activa, necesaria para comprender el sentido de su propio título: Líquenes, una palabra sin sinónimos, una planta sin flores.