EMPECÉ A ESCRIBIR este libro a la misma vez que empezaba a encontrar mi voz poética, hace más de veinte años. No me ha tomado tanto tiempo terminarlo porque sea un libro difícil, sino porque el tema es inagotable. Todos los años descubro algún sitio de nuestra isla que no había visitado antes, o vuelvo a ver paisajes conocidos que ameritan una revisión de los textos. Estos poemas, que fueron surgiendo en forma aislada, se fueron agrupando casi solos en un abrazo con el que quiero ceñir a esta tierra, disputándosela a las olas, estrechándola con mis sentimientos. Muchas veces las líneas surgían en el mismo paraje que las motivaban, otras capturaba con mi cámara la imagen que luego me servía de herramienta para la evocación y para el poema. La foto y el poema se convirtieron en compañeras entrañables e inseparables. Soy un poeta primordialmente visual, consecuencia de mis más de cuarenta años de producir arte gráfico y fotografía, y veo la palabra como una consecuencia lógica de haber internalizado la imagen y la necesidad de encontrar otra dimensión en mi producción artística. Mi acercamiento a los temas que trato en el libro es puramente afectivo. Me enamoro de estos sitios que nombro, a veces a primera vista. Con otros establezco una relación constante a través de los años. Tal es el caso de los Morrillos de Cabo Rojo, que he visitado varias veces, objeto del primer poema que le diera forma a este proyecto, y que constituye una sección especial en este libro. En otra sección, El patio de mi casa, le canto a mi espacio más íntimo, como a una especie de microcosmos de la isla, y algunos de los otros poemas no nombran sitios específicos sino preocupaciones por el ambiente, la recuperación de la naturaleza después del azote de un huracán, e impresiones de un ambiente urbano nocturno. Pero todos ellos representan mi visión del paisaje puertorriqueño.