El poemario no es sino un conjunto de íntimos soliloquios fruto de inquietudes viscerales en torno al tesoro del lenguaje, a la soledad, al transcurrir del tiempo, al alivio del “yo” interno... escritos con los músculos del alma, a veces malherida, a veces apaciguada, que reflejan las vivencias más confidenciales de una, ya, prolongada existencia, tratando de encontrar respuesta a las más personales emociones escondidas en las recónditas oquedades del espíritu. Las palabras corren huidizas por el papel desmenuzando intensas introspecciones. Versos o prosa poética… ¡Qué más da si, al cabo, no suponen sino mi intrahistoria más visceral! Sus versos son consecuencia de un anhelo reflejo de una realidad ahíta de quejidos y esperanza, de retos enhebrados en el tiempo y en el ánimo. Porque necesito descender hasta el más leve latido de la minucia, explotar el caudal de las palabras y dejar que surjan, imparables, mis más intrínsecas reflexiones conformadas por el misterioso sortilegio de la sensibilidad, mirar los ojos densos de mi interior y respirar el aire seductor de un sentimiento para captar su verdad y su misterio. Un misterio que trasciende el simple recuerdo para transformarse en sumario de profundos argumentos porque está poblado de alma.