Cuando terminé de leer este libro, recordé una frase de Friedrich Nietzsche: “Lo que hacemos no es nunca comprendido, y siempre es acogido sólo por los elogios o por la crítica”. Esta novela no es para que el lector la elogie o la critique, sino para que se adentre en un mundo creado para un ser incomprendido, odiado y amado por partes iguales. No necesariamente tiene que comprender todo lo que sucede en estas páginas, sólo se invita a compartir con estos personajes, su vida, sus desgracias y sus fortunas. Esta novela quiere compartir con el lector la mezcla de lo real y lo ficticio, narrado de manera magistral por su autor. Evocando a la vez, la necesidad de convertirnos en mejores personas. Claro está, que convertirnos en la mejor versión de nosotros no sería posible sin la educación adecuada. El autor hace referencia en este sentido, seguramente recordando las palabras de Confucio; “Donde hay educación, no hay diferencia de clases”. Todo tiene un principio y un final, pero el conocimiento de la existencia de un ser como Alondra, nos recuerda que hay algo más allá, donde el final siempre es un nuevo principio.