Una tarde, hace quince años, llegué a casa más temprano de lo habitual, con un imprevisto cheque en el bolsillo y el porvenir despedazado. Mi mujer, al verme, me rodeó con los brazos y me murmuró al oído: ⎯Te despidieron, ¿verdad? En efecto, la Tarde que Todos Tememos (TTT) acababa de atropellarme. Esa tarde fui despedido, arrancado de raíz de un puesto magnífico y despojado del brillante futuro profesional que me había construido a pulso en el corporativo al que entregué quince ardorosos años de mi vida. No obstante, estaba lejos de saber que, pese a todas las apariencias, me encontraba ante la más grande oportunidad que puede cruzar el camino de un hombre con iniciativa: la oportunidad enorme de asumir mi libertad, dinamitar mis paradigmas y volverme indómito. Fue así como me convertí en un miembro más de la gallarda Cofradía de los Perros de Callejón y aprendí a sobrevivir por mi cuenta. Armado de mi Propio Proyecto Personal (PPP), consolidé mi libertad y construí un puente firme hacia la conquista de una cumbre más elevada todavía: mi Gran Proyecto Personal (GPP), ese proyecto que emprenderías mañana mismo si no tuvieras un trabajo que te lo impidiera, ese oficio al que ansiarías dedicar cada minuto desde el amanecer sin perder un solo día y te haría considerar la jubilación como el más temible de los enemigos.