Han pasado muchos años desde que el protagonista de este relato, que escribe desde una mazmorra en la que, sin saber cómo ni por quién, ha sido confinado, observaba desde su ventana el deprimente espectáculo de la existencia en el Barrio Viejo, e imaginaba una vida emocionante en los extramuros, alejado de sus hermanos, de su abnegada e inexpresiva madre y de una niñera sumida en la desesperanza. La llegada intempestiva de una extraña joven llamada Rita, por la que siente una singular fascinación, cambiará su vida para siempre y le impulsará a arrojarse hacia una ciudad que le es desconocida, cuyos excesos y felonías tan lejanas de la vida familiar le seducen y aterran en la misma medida. Tras varias desventuras motivadas por su decadencia, su fragilidad de carácter y la imposibilidad de decidir, dejándose llevar apenas por la marea de los acontecimientos, siempre en busca de Rita, cree encontrarla en un trasunto de la joven cuyo rastro se pierde nuevamente después de una fallida noche de pasión. El nombre de esta mujer es Eva, y es ella quien lo acompaña en su encierro como un fantasma de su pasado que le pide insistentemente recordar el motivo de su triste desenlace. La pesadilla kafkiana en la que es aprehendido sin que nadie pueda darle razón de los motivos, complica incluso más el poder desvelar los secretos que su mente le ha ocultado en un juego de máscaras y espejos. Es fácil perderse en las oscuras y violentas calles, pero en ningún lugar hay más penumbras y violencia que en los laberintos internos en cuyos rincones podemos extraviar la identidad, la libertad y todo cuanto hemos amado de nosotros mismos y de los demás.