A este libro, el primero de Luz María Chavarro, lo conduce una voz delicada, evocadora y profunda. Celebra la infancia y el origen, recrea como en una ensoñación un tiempo en el que la música del viento era la lengua. El viento cuenta y canta la luz de otros días. El lector sube a un velero. Es el viento el que impulsa las palabras, el que cuenta, el capitán de este viaje. Entonces nos dice: Viajo en la luz/ no domino su tiempo/ entrelazar la montaña/ con las piernas. Era bueno tomar… / el brote de amor /que ponías en el plato. También reflexiona sobre lo que hace el poeta: /echa a volar a las torcazas/ en medio del remolino / alguien escribe torcaza / atrapa su vuelo en una hoja / y la lanza al viento. Hay esmero y cuidado, contención y verdad en las palabras. Si algo se agradece es el “tono menor”, la escrupulosa búsqueda de cada palabra: toca la puerta/, alguien abre/ solo eso basta. Encontré momentos de erotismo como este: BAJÉ EL SARDINEL/ para atravesar la calle/ El tibio brazo del viento/levantó una alegría/. Leer poesía es un asunto en el cual quien lee debe procurar sintonizar el “dial” del poeta, buscar situarse en el lugar exacto en el cual la voz que nos habla sea más clara. A veces no lo conseguimos, otras veces, como en este libro, la señal es nítida y la voz llega a nosotros diáfana, sin interferencias. Celebro este primer libro de Luz María Chávarro. Un libro que como su título sugiere, ha detenido la prisa del mundo para buscar sentidos en la historia vivida, en los recuerdos que cantan, en las palabras que golpean la página, como el viento la tela de una barca velera. José Zuleta