«La vida me había enseñado a temer más a la felicidad que a la muerte.» Esa devastadora certeza no proviene de un anciano derrotado ni de un adulto al borde del abismo, sino de un niño de ocho años. La plaza es como un puñetazo: rápida, directa y dolorosa. Una novela descarnada, oscura y profundamente humana que transcurre en dos tiempos: el pasado de un niño que solo intenta sobrevivir en un mundo que lo devora, y el presente del hombre en que se ha convertido, marcado por cicatrices invisibles y decidido a saldar una deuda que arrastra desde hace veintiséis años.