La oscuridad de lo que brilla / The Darkness of What Shines
- Autor: Carolina Zamudio
- Género: Poesía
- ISBN: 978-1-940075-35-8
- Nº Páginas: 145
- Encuadernación: Tapa dura
- Año: 2015
Prólogo En el título de su primer libro, Seguir al viento, Carolina Zamudio advierte un destino y a él se ofrenda. Como si algo dijera, no ha de ser la voluntad lo que define tu rumbo, sino el viento, y entonces ella se dispusiera, mansa, a seguirlo. Es la condición del viajero: un poco exiliada, un poco arrancada de su raíz, un poco abierta a lo desconocido, pero siempre dispuesta a recibir las dádivas que el cambio de paisaje trae: aromas y elixires, a veces exóticos, a veces venenos de otros mundos…, signo de lo entrañablemente humano, el dolor y el amor, el espeso brebaje que es la vida. Luego, eso de seguir al viento entraña un magisterio, el de la adaptabilidad. Es por eso que, de un modo sencillo, la niña que sale de la adolescencia en Curuzú Cuatiá deja su árbol atrás para hacerse mujer en Buenos Aires, madre en Abu Dhabi, pintura viva en Ginebra y máscara de carnaval en Barranquilla. Ese primer libro fue entonces el registro de la parábola que traza la primera mitad de la vida, la búsqueda de un lenguaje y el ensayo de las identidades que hacen de la niña una mujer. Cabe destacar allí un modo de asumir los afectos como lo que estos en el fondo más íntimo definen, la raíz del alma. En su segundo libro, La oscuridad de lo que brilla, aunque se publica dos años después, la poesía ha llegado a un grado de madurez tan contundente que podría imaginarse como el silbo de una sirena, encantación y lamento, música de las profundidades. Tal vez se debe a que la autora se la jugó toda por ella y, como corresponde a los poetas verdaderos, entregó los remos en el naufragio. En consecuencia, con un valor admirable, porque no es nada fácil, se lanzó al pozo: una mujer acostumbrada a la belleza de las formas decide entrar en la sombra, como quien pasa de Apolo a Dionisos, dispuesta a pagar el precio que ello entraña. El resultado obviamente es un lenguaje que se reinventa en el cieno de las aguas y recoge la materia espesa que son la mezcla de la luz de los días y el fondo del alma. Uno siente al principio que se trata de una música rara, desacostumbrada; pareciera incluso que los ritmos verbales se tropiezan; pero no, al adentrarse en esa música —muy original por cierto— se advierte una percepción sensible del dolor de ser, una mezcla de sonido y sentido, que recuerdan a ciertos poemas de César Vallejo o pasajes paradójicos de Olga Orozco. Por lo dicho, se entiende que este libro es un descenso por las grietas del aljibe interior, con la única luz que da la pequeña llama, resultante de la suma de la intuición más la conciencia. Es como si la máscara del carnaval desnudara de pronto lo que hay detrás de la máscara de la persona: unos trozos de vidrio de la copa que es el cuerpo de la hembra; un hoyo agrietado, seco… y, como si allí abajo todo fuera inverso a lo que hay arriba, lo que aquí era luz, allá es sombra; lo que aquí era verdadero, el sol, el colorido de la tarde, los pájaros, el cielo azul…, allá es mentira; hasta el árbol que servía de sombra y sosiego se descubre puñal oscuro que marchita los pétalos en el rostro. ¿Y qué puede seguir a un inventario tan desolador? Parirse de nuevo. Realizar la fusión de ambos, luz y sombra, para que nazca el ser de la plenitud. La plenitud está definida por la tétrada, algo que ya Carolina Zamudio había advertido en su primer libro: allí había cuatro partes, cuatro ciudades habitadas desde la primera partida: Buenos Aires, Abu Dhabi, Ginebra y Barranquilla. Una plenitud, la de afuera, la ciudad como la casa en que habita la casa que somos. Aquí el viaje es homólogo, digamos que es la otra parte del anterior: partiendo de la vida, como el mundo exterior, entra en la noche, a la que llama territorio de trasmundo, tránsito hacia la morada del espíritu, donde la pregunta impreca al amor, al que llama pulso del delirio, y a la muerte, de la que dice que es el fondo de lo concéntrico. Quiere todo esto decir que el libro es un mandala en cuyo centro está la muerte. Recorrido de afuera hacia adentro, recuerda las antiguas danzas rituales de ciertas comunidades, esta vez hecho con la estructura de los poemas que son palabras y que se conjugan en un acto de magia de las deidades opuestas, Apolo y Dionisos, dioses olvidados de los que poco queda en este mundo, cuyas suertes el mismo hombre que las perdió las sigue anhelando. Cabe entonces subrayar unas pocas obsesiones, el silencio, la mariposa, el árbol, el vidrio roto de la copa, el viento, y la casa… La casa es el cuerpo, la ciudad es la casa, la casa es el mundo. Ante la desolación interior de los corredores bueno es hallar una nueva forma del sentido, esta forma es la plenitud. Bienvenida Carolina Zamudio a la complejidad que lo abarca todo. Luis Fernando Macías, profesor de la Universidad de Antioquia. Medellín, agosto de 2015