La mayoría de ancianos confía en las bondades del ser humano. La vejez les baja la guardia, según expertos, por el deterioro de una parte del cerebro situada encima de los ojos (la Corteza Prefrontal Ventromedial). No detectan sonrisas falsas, miradas extrañas y gestos que veríamos como signos de deshonestidad. Esto les lleva al bando de los ilusos cuando nunca lo fueron. No está relacionado con la ignorancia, pero sí con la felicidad. Tienden a ser más positivos y son carnaza para muchos. Su poca desconfianza se disuelve como un azucarillo ante las malas artes de cualquier estafador. La historia que cuento es una ficción, exceptuando el caso de Alfonsina que tiene mucho de real. Lo viví directamente, es una de mis marcas imborrables. Protejo su memoria bajo un nombre ficticio, como el del resto de personajes; todos enlazados en esta historia dramática, reflejo de distintas formas de vivir la última etapa de nuestra vida. Allí nos esperan empecinadas nuestras vivencias de hoy. El inspector Maguilla y el agente Soria investigan la muerte de Dionisio Mejide, un hombre mayor, de los que viven por Madrid en la indigencia. Lo encontraron entre cubos de basura una madrugada de invierno. Con él se adentran en el inframundo de la capital ¿Por qué tanto ensañamiento con un anciano? ¿Quién fue Dionisio Mejide? Pronto levantaron el manto que ocultó su vida encenagada en riqueza y miseria. Lejos de la capital, en un pueblo de la costa malacitana, cinco jubilados, casi de todo, además de viejos amigos, escaparon de la soledad conviviendo en la Martona.