¿Acaso hay algo más irónico que la vida? En Irreverencias, el narrador trata de responder a esta pregunta desde la órbita de lo absurdo y nos invita a sumergirnos en el fondo de estos relatos, a pulmón libre y sin escafandra. Tal vez por ello tengamos que salir a menudo a la superficie, para coger aire y no sucumbir en el intento. Fiel a su título, Irreverencias se ceba en describir situaciones surrealistas, aderezadas con una mezcla de insolencia y frescura. Aquí podremos ver la peculiar visión que el narrador tiene de la reencarnación, del mundo de las fobias, del precio de la infidelidad o de la añoranza de un pasado inexistente. Y nos la muestra con la ayuda de dos elementos que, como compañeros de viaje, se repetirán a lo largo de estas páginas: Ella y el perro. Ella representa el lado más oculto de su relación con la mujer, a la que mira siempre como origen de sus lamentos y de sus dudas; el perro se erige en el cómplice de sus fantasías y es la excusa perfecta para hacer más inverosímil la historia. A juicio del autor, en un mundo en el que impera la prudencia y la compostura, lo soez e irreverente no es sino una fuente de liberación, una terapia. Si la lectura de esta colección de desatinos consigue provocar una carcajada en el lector o que éste deje de visitar a su psicoanalista, habrá cumplido su misión.