“Si mis ojos pudieran decir, dirían muchas cosas, como globitos de helio que reverberan hostiles, justo cuando ataca la muchedumbre en una estación de metro, o bien cuando regresa aquella mujer de luto, la de mis pequeñas batallas cotidianas, o simplemente cuando repito el entusiasmo del pasado. Soy un procesador con memoria RAM de doble núcleo”. Un junior. Un oficinista. Un hombre que hará lo imposible por conservar el arriendo. Minutos antes, el camión de la basura. El ronroneo y la complicidad de la gata cuando Constanza no está. A ratos, la angustia. el desencanto de personajes normalizados que se irán acostumbrando a una vida de hostilidades. Con la recurrente sensación de que “algo los consume”. “El tiempo se va”. Una fila agobiante en el supermercado. Un mundo de hombrecitos grises y de sujetos extraños. La vida pasa por lugares sencillos. “La cabeza retumba como si múltiples picahielos rompieran la carne”. La realidad se abre. Una vitrina al mundo globalizado. La cabeza no para de girar. Una sala de tortura. El psiquiátrico. En el borde. Los recuerdos. Todo se rompe. Se consume. “Nos amordazan. Nos apalean. Somos renglones torcidos, cuerpos hacinados, indefensos, tristes pedazos de memoria”. Ventanitas por donde pasa la vida. Entre el sueño y la realidad, los sujetos se movilizan en sus cabezas con desconfianza. Algunos se mueven con sus pequeñas habilidades. Otros portan a fuego sus heridas. Sobreviven o se levantan justo antes de caer. Personajes monótonos o definitivamente arrasados por el vacío que los cruza. La enfermedad contra la hecatombe impersonal. Hombres y mujeres manotean tratando de asegurarse al límite de algo. Secretos encendidos como ventanitas abiertas por donde atraviesa la vida. Un par de pinceladas son suficientes para configurar sujetos predecibles, irremediables que se distinguen o confunden bajo la espesa capa neoliberal. A punto de todo, antes de la zozobra, lo que domina finalmente es el texto. La pulsión. Los espacios se congelan o nos sorprenden en la última frase. Las escenas se desbordan. Casi puedes sentir crepitar el fuego en el olor de los amantes. Interior con ceniza. “Descontrol. Desarraigo. Desacato. Nada tan monstruoso como el hombre. Nada más que hablar. Punto. El incendio, el fuego, las llamas, Adela, Alex, Manuel, su sexo, la pasión, el fuego, arder en llamas”. En este volumen de once cuentos breves, Francisco Marín Naritelli, se hunde y nos sumerge en un cuerpo social de olores, sudores, texturas, semen, para configurar su particular universo.