Ana tiene treinta y tres años, es una mujer de una belleza estupenda. Alta, pelirroja, con algunos rizos rubios, un cuerpo perfecto, largas piernas de muslos y pantorrillas torneadas, pechos firmes, y caderas curvadas en su justa medida, ni generosas, ni pequeñas. Mantuvo, desde su juventud, muchas relaciones con distintas personas. Las necesitaba y las disfrutaba. Al contrario de aquellas mujeres frías, Ana era pasional y ardiente. Siempre había deseado amar a un solo hombre, entregarse por completo a él. Ese había sido su anhelo, y no lo lograba. Es amable, delicada, y hasta dulce en su trato. En la universidad, en sus primeros trabajos, o en cualquier lugar, los varones la deseaban, y cuando buscaban acostarse con ella, si pulsaban sus zonas sensibles, su cuerpo respondía con pasión, y terminaba haciéndolo con quien lo intentara. Continuamente buscaba la manera de terminar esa situación. Ha pasado mucho tiempo, presa de una intensa agitación interior, tratando de encontrar la forma de amar sólo a su esposo.