Nací en Buenos Aires durante el transcurso del segundo año de la última dictadura militar, acaso eso resulte una buena explicación para los desórdenes en mi personalidad. Desde hace más de tres lustros ejerzo la docencia. Dicto clases de Literatura a niñas y niños en su hora más dramática (o más dulce): la adolescencia. También lo hago con jóvenes presos. Además dicto clases a gente rara: futuros profesores de Lengua y Literatura. Insisto, gente bien rara. Allí estoy a cargo de dos asignaturas: Literatura Española y Teoría Literaria III. Lo de “estoy a cargo” es una manera de decir. Hay un postítulo docente en Literatura y Cine que me cuenta entre su plantel en dos materias llamadas Narrativa, así como suena. He incurrido en algunos cursos de posgrado y he caído en el abismo de algunos congresos de Literatura, nacionales e internacionales. Escribo. Después de mis treinta y pico empecé a pensar que nada podría empeorar mi existencia y saqué algunos escritos que sabiamente dormían en mi computadora. La conclusión es que siempre hay tiempo para arruinar lo inservible.