A veces, cuando escribo, al calor del corazón me hierve la sangre y arriesgo una idea en cada verso. El poemario que presento es un conjunto de íntimos soliloquios fruto de mis más íntimas inquietudes en torno a los efectos que van surgiendo en el proceso natural del envejecimiento, a las secuelas de un tiempo ya vivido y a la vital mujer que me ha acompañado en el camino durante cuarenta años. Son poemas escritos con los músculos del alma, a veces malherida, a veces apaciguada, que reflejan las vivencias más confidenciales de una, ya, prolongada existencia, tratando de encontrar respuesta a las más personales emociones escondidas en las recónditas oquedades del espíritu. Mis versos son consecuencias de un anhelo reflejo de una realidad ahíta de quejidos y esperanza, de retos enhebrados en el tiempo y en el ánimo porque necesito descender hasta el más leve latido de cada vocablo, explotar el caudal de las palabras y dejar que surjan, imparables, mis más intrínsecas reflexiones conformadas por el misterioso sortilegio de la sensibilidad, mirar los ojos densos de mi interior y respirar el aire seductor de un sentimiento para captar su verdad y su misterio. Un glosario de poemas que trasciende el simple recuerdo para transformarse en sumario de profundos argumentos porque está poblado de alma. Los versos, plasmados en un papel, descansan. Mi mano, al unísono, plácidamente sueña. Por eso escribo. Para sentirme vivo.