El título de la novela sitúa inequívocamente al lector a un universo que sugiere las historias del santoral católico, pero entre las beatíficas leyendas de los canonizados y los hechos de esta Narcisa que se autotitula la bella, hay sustanciales diferencias. Entre ellas aparecen en magnífica consonancia varios elementos de la filosofía oriental en pugna irreconciliable con los dogmas de la teología católica; una preocupación estética y una soledad desesperada, bastante ajenas a los elegidos por el Dios cristiano; un humor absolutamente negro; una sátira del vivir provinciano en la Cuba anterior a 1952; una parodia de cuentos infantiles clásicos, concretamente La cenicienta de Perrault; mitos griegos en interpretación torcida: la madre nombra a Narcisa en memoria de “la mujer que se enamora del agua”; y una narración distanciada que no apela a las capacidades emotivas del lector, sino que exige su intelecto, pues la obra en todo momento require la complicidad alerta de aquél. Mantiene, eso sí, el tono de relato pletórico de milagros frecuente en la vida de santos, recurso que la autora consigue por la vía del realismo mágico. Escarpanter, José A. “Mireya Robles, Hagiografía de Narcisa la bella", en Hispamérica, año XVII, número 49, Gaithersburg, Md., 1988, pp 126-129.