La narración trata de un viaje a Guatemala para visitar a una prima hermana mía, misionera por vocación y convencimiento familiar. Dirige una escuela donde los niños aprenden el idioma español antes que nada, para lo cual ella tuvo que aprender el idioma kekchí. En los últimos treinta años nos habíamos visto un par de veces solamente, de refilón, con mucha gente de la familia en medio, todos queriendo saber cosas de ella, no llegamos a tener una conversación en toda regla, limitándose los encuentros a hablar de las cosas familiares y en lo que a ella se refería, a oír muy sucintamente y de forma muy reducida anécdotas y costumbres de Guatemala. La tenía en el recuerdo como en los tiempos de la niñez en que sus hermanos, otro primo que vive en Argentina y yo jugábamos en Belianes, un pueblecito puro agrícola de la provincia de Lérida. Su padre, mi tío, era el secretario del pueblo, que representaba ser más importante que el mismo alcalde, extremadamente religioso, de ahí que dos de sus hijas se hicieran monjas. Previa información de última hora, cuando decidí visitarla, sabía que estaba en Chichicastenango, entre las montañas de Guatemala con los mayas, de misionera en la orden de las Hermanas Dominicas de la Anunciata. Nunca había oído hablar de Chichicastenango ni de ningún otro lugar de Guatemala, hasta que supe que María Dolores se fue para allá. Ni siquiera sabía que allí había mayas, creía que eran originarios solamente de Méjico.