Soy profesor de informática, y aunque me encantan los ordenadores, mi verdadera ilusión era escribir libros para niños. Todo comenzó con unos breves cuentos improvisados que les contaba a mis hijos antes de que se fueran a dormir. Cuando les comenté la idea de escribirlos en papel y encuadernarlos, se reían de mí y me decían que yo no era escritor, que yo era ingeniero informático. Mis hijos tenían razón, por mucha ilusión que tuviera, no tenía madera de cuentacuentos. Así que empecé apagando mi ordenador y decidí practicar con ellos todos los días. Les contaba mis historias por las noches mientras me divertía dándoles mordiscos y haciéndoles cosquillas. Hasta ahora solo había dedicado mi vida a la informática. Durante quince años estuve trabajando en mi tesis doctoral, y fue en ese periodo cuando vinieron Marcos y David, mis hijos, los dos niños más guapos del mundo. Poco a poco me di cuenta de que no solo eran guapos, sino que además eran las personas más importantes de mi vida. Pasé de escribir fórmulas matemáticas y textos científicos a escribir cuentos para que mis niños se fueran a la cama con una sonrisa en los labios, y yo con un beso en la mejilla. Cuando vi que los libros iban cogiendo forma, decidí además poner mi granito de arena para ayudar a la asociación de enfermos de von Hippel-Lindau, a la que mi hermano pertenece. Por ello, no solo pretendo regalar ilusión a quienes lean los libros, sino a todos aquellos enfermos y familiares que están esperando que les echemos una mano. Esa es mi historia, la de un científico que descubrió la cura de todas las enfermedades: unos cuantos besitos. Al igual que muchas otras personas, yo también he pasado malos momentos en mi vida. Fueron mis hijos quienes me devolvieron las ganas de vivir con sus besos, y me di cuenta de que no hay que dejarlo todo como está. Descubrí que no importa cuál sea el problema, porque con unos besitos y una sonrisa todo se puede arreglar.