No está entre mis intenciones manipular su modo de leer si no sencillamente convidarlos a conocer las vicisitudes que atravesaron los personajes de estos dieciséis cuentos, sometidos a los disfraces de la ceguera. Ignoro si representan la conciencia colectiva de la época, si tienen adjetivación precisa o una poética innovadora. Aseguro (y en esto soy terminante) que carecen de valor literario mas los edito por una sola causalidad: materializan lo que quiero ser. En urbes nacidas para snifear cabezas, procuro resguardarme narrando historias ajenas. Me apetecería contarles que Clío, Calíope o una de las nueve musas, visitó mi morada pero la realidad sólo admite racionalismos: estos cuentos son mi Dulcinea. Si les resultan tristes no los tomen en cuenta: son revelaciones descalzas de un eterno fisgón. Y no releguen una máxima: la ficción es condición sine qua non para el arte. Prejuzgo que es una obra estimable para lectores poco exigentes pero sería un despropósito no mencionar que requiere una lectura pormenorizada para su dilucidación. Eso sí: para disfrutarla no hay que tomarla demasiado en serio… …hablo de la vida.