No cualquiera vive los hechos extraordinarios que esta novela cuenta. La rudeza de los acontecimientos, la fuerza del amor y la violencia estructural que resuena como tormenta de fondo, están en una dimensión desnuda y demasiado humana, tierna y en momentos épica de algunos de sus protagonistas. ¿Decimos «demasiado» para ser cierta y creíble? Quizás, si la comparamos con la mayoría de las existencias convertidas en alimento del tedio y el conformismo. Asistimos, mediante su lectura, a situaciones que, por su sesgo político izquierdista ambientado a inicios del neoliberalismo en Ecuador, se alejan de las acostumbradas y evasivas ficciones de la novelística light– y que, en El verdadero nombre del negro Angola causan el efecto distinto cuando, sus méritos imaginativos, narrativos y poéticos contribuyen a ver la realidad globalizada de la cual ya no cabe esperar ningún buen juego, ninguna corrección del rumbo, solo su fin. Gracias a los recursos literarios, el texto usa la memoria y coloca al lector, también ante recuerdos de lo que aún no se ha vivido. Narrativa novedosa que potencia deseos de lo que se estaría por conocer.