El Último Argentino
- Autor: Enrique Medina
- Género: Literatura y Novela
- ISBN: 978-950-556-566-5
- Nº Páginas: 254 pp
- Encuadernación: Tapa blanda
- Formato eBook: ePub
- Año: 2011
Las cosas por su nombre por David William Foster (Arizona State University) Conocí a Enrique Medina en 1978, durante los duros años de plomo en la Argentina. Había ido a Buenos Aires para investigar sobre la novelística porteña, precisamente con la idea de inquirir sobre aquellos escritores y textos que quedaban marginados o suprimidos por los procesos de la dictadura. Yo operaba sobre la premisa -¡por lo menos tal como lo entiendo ahora, a casi 40 años después!- de que la imagen pública de la narrativa argentina distaba mucho de corresponder con todas las variantes que se estaban publicando. Lo que se distribuía y reseñaba en el país reflejaba tan sólo un tercio, más o menos, de lo que se estaba escribiendo. Si uno sumaba lo que circulaba fuera del país firmado por otros escritores argentinos (Cortázar, Puig…) y lo que existía dentro de la Argentina, que quedaba confinado a la exhibición reservada, se entendía bien que la censura total o la auto-censura imperaban sin disimulo. Medina, se ubicaba en las categorías de este último tercio (más abstracto que cuantitativo, pues ¿cómo se puede contabilizar los textos que nunca llegan a publicarse?). Me acuerdo de haberme acercado a un vendedor de una de las librerías más importantes de Buenos Aires a preguntar por los libros de Medina. Con toda la autoridad investida en él por el comercio cultural en que se respaldaba, me dijo sonoramente: “nosotros no trabajamos los libros de ese señor”. Quise percatarme del subtexto de su respuesta y entendí que me estaba diciendo: “y usted es un típico profesor norteamericano tilingo, si piensa que va a encontrar libros de Enrique Medina en esta casa”. También recuerdo que unos años después, ya en democracia, en esa misma librería pude ver todas sus novelas en la vidriera. Hago hincapié en esta anécdota porque, como todas las experiencias propias, constituye el contexto humano y personal del trabajo del investigador. Hice muchas andanzas por el estilo con la literatura de Medina. Con él en lo que a sus aspiraciones creativas de refería, y con otros críticos e investigadores (argentinos y extranjeros), para tratar de entender qué lugar le correspondía en una justa radiografía del complejo (aunque no siempre tan vasto) panorama de la narrativa argentina. Quisiera complacerme al pensar que las notas y, eventualmente los estudios más enjundiosos, dedicados a los textos de Medina, supieron honrar dignamente sus propósitos literarios y, lo que es aún más importante, haber contribuido a que terminara habiendo una camada de críticos de USA y de países europeos que supieron valorar la importancia de sus obras. ¿Qué es lo que más me interesaba de la narrativa de Medina? En una palabra bien porteña: su polenta. Yo ya me había formado en la literatura norteamericana de mediados del siglo pasado, que venía de la Gran Depresión, de los estragos de una Guerra Mundial, de la aplastante chatura de los reaccionarios años 50 y de la efervescencia descontrolada, irreverente, de los años 60, el período más inmediato de mi formación cultural e intelectual. Como consecuencia, yo entendía muy bien que la literatura tenía que escribirse sin concesiones, sin miramientos en términos de cenáculos académicos y trenzas de poder cultural comercial y que, en cambio, tenía que plasmarse con un fuerte compromiso con el entorno social y con los movimientos en curso, en todas sus fangosas profundidades, y con la firme convicción de que el texto literario constituía un espacio en el que se debía llamar a las cosas por su nombre, sin recurrir al facilismo de los eufemismos salvadores. Medina siempre ha llamado a las cosas por su nombre. En gran medida ha llegado a poder hacerlo porque sus propias vivencias personales lo llevaron a transitar todos los fangos de la realidad nacional y, además, porque supo escuchar a los argentinos hablando de sí mismos y polemizando acerca de las trapisondas socio-políticas de gobiernos de toda laya. En ese sentido, con el habla de sus personajes -sea la articulación directa en el intercambio tan desesperado, sea en el monólogo interior que aprovecha el barrido de conciencia para relacionarse con sus personajes- logra crear un universo al que capta y controla en el momento epifánico de su magnificencia. Sin embargo, la expresión de Medina cobra otra fuerza. Ello es el acertado coloquialismo que se resume en su manejo magistral de los códigos del castellano-argentino escrito y hablado. Extremadamente pulcro en su manejo del idioma, alcanza una densidad expresiva que se empareja con la túrgida realidad social de sus personajes y sus experiencias en una sociedad para la que son en definitiva prescindibles como sujetos sociales. De esta manera, evita el panfletarismo de tanta literatura sedicente comprometida, que se conforma con instantáneas propagandísticas pero que se ahorra el trabajo de ahondar en la configuración de personajes, la cuidadosa urdimbre de argumentos, el decir exacto y quirúrgico de la narración. Aunque las coordenadas socio-políticas y su impacto en los estudios académicos lo tuvieron (¿aún lo tienen?) marginado, Medina nunca pretendió ser el escritor solitario que es, a pesar de que siempre priorizó su independencia política y artística. Pero así se ha dado, sin que ello haya impedido que manteniendo su independencia politica y artística dentro de dichas coordenadas pudiera forjar su literatura durante cuatro décadas. Por otra parte, es un lector empedernido y voraz. Gracias a las muchas conversaciones que hemos tenido, en las calles de Buenos Aires y de Nueva York, sé de su deuda con escritores universales como Flaubert, Dostoiwski, Céline, Miller, Leduc, Mailer, Bukowski, y también con los argentinos, por diversos que sean, como Eduardo Gutiérrez, Lugones, Borges, Kordon, Marechal y Martínez Estrada entre otros. La influencia de ellos en su obra no es directa, pero sustenta su postura intransigente ante lo que quiere decir y la importancia de decirlo con dignidad y precisión lingüística. No sé si debemos llamar a Medina un maestro de la literatura argentina, a sabiendas de que ha ganado su espacio personal. La época de los grandes maestros literarios ha pasado en gran medida y, en este momento, uno tiene la imagen de la literatura argentina como un proceso extenso en el que hay figuras interesantes pero ninguna que pueda perfilarse por encima de las otras como gran voz rectora. ¿Será por qué ya no puede haber una gran literatura nacional? La era de la Grande Patria ya pasó y la desilusión de estar viviendo una sociedad sin rumbo, pos patriótica, sumida en viles intereses partidarios de índole unánimemente mezquina, caracteriza la última narrativa de Medina. Se palpa un ambiente en el que no puede haber monumentos, ni políticos ni culturales. Parecería que únicamente pueden existir humildes individuos que transitan calles grises cada vez más sucias en todos los sentidos; y en el que sólo puede haber narradores cuyas voces se filtran en los intersticios de los desechos evidentes, por doquier se mire. Decir esto es decir que la literatura de Medina, que es una de las más elocuentes en idioma español, vale ser escuchada, bien escuchada antes de que las fisuras se partan del todo.