A veces, cuando escribo, al calor del corazón me hierve la sangre y arriesgo una idea en cada verso. Los versos que conforman estas páginas son introspecciones de un anhelo reflejo de una realidad ahíta de esperanza y de retos enhebrados en el tiempo y en el alma. Comprenden un conjunto de íntimos soliloquios fruto de inquietudes viscerales en torno al amor, al transcurrir del tiempo, a la soledad, al olvido... Son palabras escritas con los músculos del alma tratando de encontrar respuesta a las más emotivas inquietudes escondidas en los más profundas oquedades del espíritu. La escritura es adictiva, acapara prisioneros, engancha por decreto y esparce en un papel, hasta entonces inmaculado, versos como amenazas escritos contra mí mismo o una prosa poética que codicia el alivio diseminando a gritos palabras nacidas del árbol de la mente, de sus desnudas ramas como esqueletos al viento, como la partitura de un poema que se cuela a tientas hasta esconder con hojarasca de letras un suelo cubierto de eternas y tibias sombras surgidas al albur de viejos anhelos. Por eso escribo. Para estar vivo.