El lenguaje de los ojos busca la protección en la palabra, y a través de la palabra, ante los espacios que nos atraviesan de manera constante: el cambio fruto del devenir del tiempo, la ausencia como sujeto presente, la herida y su permanencia velada, la huida hacia el abismo con la esperanza de un nuevo amanecer, la muerte y su camino irreparable. Desde la nada, solo queda la mirada como elemento que vertebre esta escritura de flores para acercar el dolor de la intimidad, del otro yo, de la propia existencia. Desde la nada, solo queda la mirada como pacto de entendimiento entre iguales. En algún lugar, una voz nos nombra y aleja del profundo olvido nuestro tacto. Durante unos instantes, el lenguaje de los ojos desnuda la verdadera naturaleza de la tristeza y permite que las pérdidas nos ayuden a comprender lo ineludible, que «el jardín vuelve a estar deshabitado» y hay que estar preparado, en todo momento, para decir adiós.