Julia, una joven y brillante ejecutiva, se ve obligada a emprender inopinadamente un viaje por orden de su empresa y tendrá que demorar el encuentro con su novio Fermín, que la espera para iniciar su vida en común. Ya en el avión asiste a la proyección de un documental poco convencional que revela inquietantes detalles de su vida privada y de un futuro apocalíptico. Sin poder evitarlo, cae en un profundo sueño y se despierta en una habitación donde dos hombres increíblemente viejos —Arturo y Andrés— la convencen de que ha empezado el enfrentamiento definitivo entre las fuerzas del bien y del mal y de que ella es una pieza fundamental para que triunfen los buenos. Un afortunado encuentro la hace ver que tal lucha existe, pero que el lado de los ancianos es el maligno. Cambia inmediatamente de bando y emprende, ya con su amado Fermín, una huida frenética que les lleva de la América profunda a una singladura poco glamurosa en un buque factoría y finalmente a una alquería aislada en las Bardenas Reales. Los malvados ancianos, que en realidad hace ya más de un siglo que abandonaron su envoltura carnal y residen en el interior de una piedra muy, muy pesada, no han perdido el tiempo. No en vano han sabido sobrevivir en su piedra gracias a la ayuda de una serie de personajes sin escrúpulos que les han hecho el trabajo sucio. No obstante, el progreso científico, que nunca se detiene, amenaza el secreto de su existencia y el poder casi omnímodo de su piedra. Para evitarlo, no dudarán en destruir el mundo. Julia es la herramienta de la que quieren valerse para lograr su objetivo. Será ella la que tendrá literalmente en su mano el destino de la Humanidad. ¿Conseguirá engañar a los genocidas? ¿Tomará la decisión correcta? ¿Sigue siendo el latín una lengua vehicular? A estas y otras muchas cuestiones da cumplida respuesta esta novela en la que el lector encontrará también referencias que le resultarán familiares, un homenaje necesario a la labor filantrópica de la España colonial y algo de humor, aventura y ficción científica, sin que falte el imprescindible toque “gore”.