El dolor sí tiene nombre es un breve ensayo en el que su autora se plantea la necesidad de acercar el dolor, como enfermedad, a la sociedad. No solo a otros pacientes y a los profesionales sanitarios, sino a todos aquellos que ven en el dolor ajeno, eso algo que no tiene valor. Sin comprender el dolor de los otros, no podemos acercarnos a él. Detrás de cada dolor hay una historia y todas merecen ser contadas. No es una historia de superación, ojalá. Sino realista, buscando un hueco en el lenguaje y la literatura tan alejadas del mismo. No le debemos dejar solo al albor de la medicina. El dolor es una realidad que afecta a un porcentaje elevado de la población española y mundial, si bien resulta invisible. Me refiero al dolor crónico, esa enfermedad a la que su autora lleva amarrada demasiado tiempo, y en particular el provocado por un tipo de neuralgia trigeminal. En el mismo se van analizando los aspectos personales (incluidos los emocionales, que también provocan otro tipo de sufrimiento), sociales, laborales, familiares, los tópicos y frases hechas, junto a una amalgama de sentimientos y emociones. Del mismo modo, se hace referencia a algunos aspectos de carácter médico, sin pretender analizarlo, desde este punto de vista, pues no es la finalidad pretendida con este libro. Su objetivo no es otro que acercar a la sociedad una enfermedad silenciosa y que derrumba hasta las mentes más fuertes. Con él se busca un compromiso de todos, porque el dolor es una verdad insoslayable. Es momento de acercarse al sufrimiento del otro, no para sentirlo como propio, pero sí para entenderlo y hacerlo más visible. La autora cede todos los beneficios a las siguientes entidades: Asociación Kurere, Asociación Leonesa de Enfermedades Raras (ALER), Gabinete de psicología Antheo de Valladolid y la Fundación Grúnenthal.