Mónica apareció un día en mitad de mi vida con su adolescencia entre las manos, me invitó a rescatar sus diarios del destierro del altillo y juntando sus letras y las mías esbozar un escrito que sirviera de descanso a otros en momentos oscuros. Había reflejado en esos cuadernos una infancia a la que resistió, gracias a la ternura infinita de su amado “Flaco”. Dios le extendió los brazos y ella se dejó mecer. En El Correo de Mónica , encontramos a una adolescente aferrada a sus pocos años, que desde el instante en que despertó tras el accidente sufrido, supo que tenía que agarrarse a su fe inmensa para continuar caminando cuando al abrir los ojos tras nueve meses en coma, le comunicaron que su madre había muerto. “Este mes me duele tanto, que hasta en la carne lo siento. Es el aniversario del accidente. Dios te necesitaba, yo también, pero si él te quería. ¡sos de él! Igual llegó el tiempo de Nuestro Señor. Igual salió el sol para mí. Así saldrá para todo aquel que confíe en Él Todo lo malo tiene un final, si te amarras al amor inmenso de Dios”.