Todo ocurrió una mañana gris de noviembre de 1755. Aquel día el destino golpeó con dureza a la tranquila y apartada villa de Huelva. La tierra tembló como nunca antes lo había hecho. Al seísmo le siguieron olas gigantescas que sepultaron bajo sus aguas a decenas de pescadores y con ellos a sus embarcaciones. Ya nada volvería a ser igual para los vecinos de la pequeña pedanía. La esperanza y la fe de los habitantes del lugar quedaron esparcidas entre los escombros de las derruidas casas. Antonio Jacobo del Barco, filósofo y clérigo, será quien trate de rescatar la ilusión de un pueblo arrodillado. Un hombre justo, que luchaba ante la diferencia de clases y que soñaba con un mundo igualitario. La historia nos sumerge de lleno en el siglo XVIII, donde la realidad social de la época refleja las bondades de unos ante la maldades de otros. Nos enseña lo frágil que puede resultar la vida, donde hay hechos que nos hacen vulnerables y, sobre todo, que la constancia y el sacrificio son imprescindibles para conseguir los propósitos marcados.