En El cazador de eternidades, título muy sugerente, por cierto, Jorge Menoni , se interna en las imprecisas regiones del alma para intentar atrapar un solo instante de recuerdo, para sugerir que cada parte y partícula de nuestras vidas puede estar imbuída de totalidad y que, como Alicia en el País de las Maravillas debemos atravesar el espejo si queremos descifrar la antigua trama del fluido y turbulento universo. Las cosas, los hechos, cada suceso que constituye nuestra historia primordial, transcurre siempre mucho más tarde, en el instante en que lo recordamos, en el instante en que lo comprendemos, en el instante en que ya lo hemos perdido. El deseo imperioso de justicia nos expulsa del lugar geográfico de nacimiento y nos acerca a la vida, nos convierte en vagos del tiempo. Pero esto ya lo sabía Julio, el personaje principal, que después de veinte años de ausencia vuelve a su ciudad natal para recuperar la espontaneidad, la libertad, el riesgo , la chance, el aire del presente-todo y lo único que hay, siendo esa búsqueda el último asomo de trascendencia o espiritualidad que finalmente importa, para dejar de sentirse un extraño en el mundo. Guiado por dos de sus obsesiones de infancia, los libros de Jorge Luis Borges y las películas de Norma Jean, los personajes recorren un triángulo vivencial entre Amsterdam, Venecia y su Termal Sur de origen, muy al sur del rio Uruguay, al sur del mundo, en la persecución vana por encontrar un testamento primario donde estaría escrito el destino de los humanos o al menos ese ligero atisbo de una última realidad. Busca a ciegas su historia intima porque también sabe que esto es justamente lo que no se ve, lo que no se dice, lo que no se escucha, lo que aún no se ha vivido, lo oculto de sus propios límites. Lo conocido es su propia trampa, su prisión, el pasado, esa desesperada búsqueda de identidad. -que corroe el alma, –como diría Fassbinder. Lo único que quizá ayude en este combate, es la punzante sensación de que el aliento vital “se” nos fue dado y nosotros no somos nada para interferir en eso, como si nuestro deber, fuera mantenerlo vivo hasta que “se” nos quite, y así llegamos a la mística, (adonde llegan todas las cosas finalmente). Esta es también una historia donde temas transcendentales como el amor, la creatividad, el Tiempo, la eternidad y la muerte, se entremezclan y congregan en un solo instante simultaneo todas las eternidades del tiempo, en un intento vano por recuperar ese instante perdido del alma humana fuera del tiempo, un instante limpio, el más amado, el que acontece una sola vez. La imposibilidad de hallar una explicación ilusoria a esta fragmentación fugitiva de la existencia convierte el destino de los personajes de este libro en una serena y distanciada reflexión del destino de los humanos.…La vida, no es más que cada día, por un instante, permitirnos el desequilibrio del alma ,esa larga carrera hacia lo que alguna vez perdimos. ...La soledad tan solo es el sentir pasos en la escalera y ser otras puertas las que se abren. …La belleza de un instante inmóvil es el acecho de una revelación que nunca se produce en la larga travesía de la lentitud del tiempo. …El tiempo, o nuestra memoria, deja de pesarnos ,cuando el despertar diario ya no contiene ni una mínima sorpresa. ….La muerte, el despertar una mañana y haber soñado de que estamos vivos… Sirvan como ejemplo estos sutiles párrafos, o feroz crítica a un mundo ideal, -ese que todos sabemos que no existe- para adentrarnos en el universo propio y fantástico de Jorge Menoni que, como dijo Jorge Luis Borges,..bien puede ser que nuestra vida breve sea un reflejo fugaz de lo divino… Raúl Rossetti. Buenos Aires 2007.