Decir que la poesía —ese “arte de mentir armoniosamente”, como la definió nuestro Luis Vives— es un género de corto recorrido y escasa aceptación. El libro que tienen en sus manos, de temática religiosa en su totalidad, no tendría acogida ni siquiera entre aquella “inmensa minoría” a la que se refería J. R. Jiménez. En este contexto conviene recordar lo que el gran poeta y antiguo Profesor del que esto escribe, Dámaso Alonso, afirmaba con la autoridad de su magisterio: ”…toda poesía es religiosa”. Ascética y mística —dos corrientes poéticas de fuerte raigambre en España desde el Siglo de Oro—, pero no son compartimentos estancos, sino que se complementan e influyen mutuamente. El telón de fondo de los poemas que conforman este Dios entre mis manos es más ascético que místico, aunque en algunos de ellos o en ciertas secuencias aparezcan muestras de emoción poética amatoria, es decir, mística. Con mentalidad idealista lo que al autor le mueve en su obra es, sobre todo, la búsqueda. Una búsqueda motivada por la duda de la propia existencia, por el vacío en el que está inmerso, por el asombro y el temor ante ese Ser Superior, a veces extraño, a veces lejano o en silencio, pero al que acaba alabando y exaltando. Poesía emanada de un alma preocupada por lo trascendente, por el inquietante más allá, por el incierto presente. Es este fundamentalmente un poemario-oración, un poemario-alabanza pero también lo es de queja, de inconformidad. En su magnífico Prólogo la Dra. Fernández Berrocal —prestigiosa y conocida crítica literaria—, analiza con más rigor y conocimiento los diversos registros y claves para una exhaustiva y mejor comprensión del poemario. Su lectura, que les recomiendo, resulta imprescindible. EL AUTOR