El giro, la sorpresa, el golpe en la boca del estómago, el desasosiego, la extrañeza… Si al texto le falta punch se torna previsible y se convierte en una redacción de colegio. Cuanto más breve sea la narración, mayor necesidad existe de atrapar al lector. Y Miguel Ángel Molina consigue crear ese sortilegio con solo 99 palabras. A Marcel Proust o a Thomas Mann tal vez podamos perdonarles que necesiten tantas páginas para contar una historia. Pero al autor de Diluvio personal le basta con apenas medio folio para dejarte sin aire. En la tradición del relato breve de gente como Tito Monterroso, Molina recorre las estaciones del ser humano (placer, dolor, vida, muerte) en un trayecto que muestra lo descarnado o ridículo que pueden ser nuestros días. Para observar el mundo con la sutileza de Miguel Ángel Molina, hace falta conocer desde muy dentro todo el catálogo de tormentas. Y aunque tú no lo sepas, llevar la poesía como una cota de malla. Tal vez no llueva a cántaros, pero lo hace de manera implacable. Como dice Verlaine: «Il pleure dans mon coeur / comme il pleut sur la ville».