Cuenteme compadre
- Autor: JCPozo
- Género: Literatura y Novela
- ISBN: 979-8293669264
- Nº Páginas: 167
- Encuadernación: Tapa blanda
- Formato eBook: ePub
- Año: 2025
El extranjero Ese buen hombre que usted ve ahí, se ha ido poco a poco desenraizando. El proceso empezó con el entendimiento de que, en su tierra, sus beneficios generales siempre iban a pa sar a segundo término detrás de los que gobiernan la sociedad . Y aunque él se mantenía culturalmente firme al suelo como planta de su tierra, no vio escapatoria a la escasez y tuvo que partir. No había manera de mantener ni media contenta a la barriga. Llegó a este suelo con su ímpetu marcado por la geografía del lugar que lo vio crecer: Sus mares, lagos, sierras y desiertos. Llegaba desenvuel to por los nocturnos juegos callejeros de su infancia, el mercado abierto, místico y colorido, la familia, guarida permanente, la es cuela y los amigos. Se había puesto correoso de espíritu, por la juventud caótica a que lo orilla a uno el hambre. Ahora, la distan cia y el tiempo le han cubierto sus raíces y él mismo ha enterrado esa voz alegre, ardiente y melódica, de palabra aguda y mordaz que le emanaba por la garganta de su juventud; una voz que ins piraba por su pasión, por el orgullo de ser de donde era y de vivir intensamente con quienes habían crecido ahí. Esa ave cantora ha guardado su flautín y recibe a la aurora en silencio, para en silencio seguir. Hoy muy lejos de su tierra, calla y no para de trabajar. Se le ha enrojecido la piel y engordado las manos. Lo que antes emanaba ahora lo destila. Mantiene la sonrisa en el recuerdo y le regresa la seriedad en la rutina; no porque no encare la vida con actitud 11 positiva y la sonrisa a flor de labio, sino porque la vida le ha cam biado los actores, el público, el escenario; y en la adaptación, no se da completa la naturalidad. Dicen que las raíces son fuertes, pero hay árboles que no se dan bien fuera de su región. Él sabe que tiene que cambiar de aires para vivir pleno y feliz. Él mismo sabe que ya se volvió rutina. Es adicto a la lectura trágica y apocalíptica. Como zombi se queda por lapsos sin consciencia y sus palabras han abandonado la ge nerosidad, ya no se dan plenamente, se esconden ante la posible condena de ser llevadas por el viento y no aterrizar en el entendi miento de los demás. En su trabajo se siente y lo tratan bien, en eso tiene suerte y es un premio a su honor; pero eso no debe ser la extensión del ta maño de su mundo. Le cuesta nadar en el mar del rechazo y mejor ahoga sus furias en tertulias sin freno que son bálsamo puro para evitar revolcadas innecesarias de desolación. Le atacan por dentro tormentas nostálgicas que desembocan en su líquida mirada. Tie ne que cambiar de aires, él lo sabe; unos que enciendan el alma y no que la apaguen. A veces, tiene momentos libres, sueltos de lo que su vida programa. Sus amigos son el refugio perfecto, necesa rio, esencial. Y entonces es abierto y se sale del cuerpo para que le vean lo que esconde la cara. Luego el panorama ajeno lo vence y vuelve a enroscarse en su prisión: Casa, trabajo, casa y la noticia del momento: El mundo, la guerra, la culpa, su tierra, los suyos y los que nomás lo rechazan. Está en sus manos salir del limbo y usa cualquier estrategia. Con los suyos se junta y entonces su brillo es la envidia del sol. Es cuestión de cambiar de cultivo e ir haciendo surcos por diferente parcela, con diferente tribu. La tierra seca, necesita tiempo y de buen tiempo para empezar a recolectar sus frutos. Tiene que irse olvidando del “mundo” de afuera e ir mejorándolo por dentro. No hay de otra, ser ejemplo en casa de otros. Sin importar con quien sea, ser buen ciudadano, con eso. Al fin y al cabo, eso es lo que ne cesita el mundo para que nadie se sienta extranjero en tierra ajena. 12 El Norte Se salió volado para ver si de este lado la fortuna le ten dría compasión. Y es que de tan flaco se salía de sus zapatos y la vida le apretaba el cinturón. Al llegar se encuentra a su paisano que le cuenta que él, también, mismas fronteras se cruzó. Y que desde entonces la alegría no le responde, aunque la emborrache en noches de ilusión. “Vine a trabajar como usted lo hará; como lo hacen miles de abejitas, que producen miel, bajo el sol la piel hasta que la piel se le derrita.” Y es que ¡hey!, ¡hey!, ¡hey!, quien aguanta este calor, na vegando en penas noche y día. Y es que ¡hey!, ¡hey!, ¡hey!, salga de esa situación, con una botella de tequila. Dejó a su paisano embriagado hasta las manos, convenci do de una suerte superior. Que no había jornada ni labor que le rajaran su espíritu, su espalda o su canción. Mas fue descubriendo que los buenos sentimientos son romances que aquí el tiempo eliminó. Que ahora lo importante es ser pieza de un ensamble que componga las normas de producción. Aprendió por él a vivir para él y todo lo que hacía sólo era para él. Así destacó, se hizo rico y engordó, pero en el amor solito se quedó. Y es que ¡hey!... Me siguió contando y la botella terminando y al contarle que vine para vivir aquí. Ya no dijo nada, sólo se cubrió la cara y me llenó de ben diciones al salir. 13 ¡Qué razón tenía en mucho de lo que él decía, pues yo mismo en carne propia lo viví: Odios a la piel, la lengua, el credo y todo aquél que se resista a ser vagón del mismo tren. Pero vino a ser a diferencia de él, que yo si encontré quién me quisiera. Eso me salvó de una decepción, que puede volver loco a cualquiera. Y es que ¡hey!... 14 I Personajes del “Combebio” La taberna… la misma. La mesa… la nuestra; el trago… a la mitad; ron… o mezcal. ¡Salud, compañeros! Honremos al “Combe bio”, que voy a empezar: Mi Compadre En aquel entonces jamás hubiera pensado que el amigo con quien tan amenamente conversé aquella tarde, terminaría con el tiempo siendo mi querido compadre del alma. Hallábame yo frente a la barra de un ahumado tugurio california no, echándome unos buenos mezcalitos, cuando junto a mí se sentó un hombre moreno, de mediana estatura, de rostro cansado y agradable, que al verme me preguntó sonriente qué era lo que yo tan gustoso tomaba. Le contesté: “¿Qué más, amigo?, puro mezcal”, y me comentó emocionado su gran afición también a tan maravillosa bebida. —¡Ah, mezcal— declamaba el recién llegado —eso es la san gre de la tierra! Le pidió al cantinero lo mismo que estaba tomando yo y claro, como el mezcal no falla, a los primeros dos tragos empezó a des anudar una pena que tenía atorada en la garganta y estaba a punto de reventar. 15 —Vivir y trabajar con decoro durante tantos largos años, ¿para qué, mi amigo? –me decía muy afligido —.¿Para que sin decoro ahora vengan y me quieran sacar de aquí, de donde con mis manos voy construyendo tantos futuros? Yo sabía perfectamente a lo que él se refería. Era temporada de redadas y la comunidad intensificaba su cautela a cada hora del día. —Vivir todos los días dando el ejemplo frente a los pequeños y que los inocentes te vean paralizado, tratando de ocultarles el miedo que tienes de salir a trabajar y ser deportado. ¡Qué cruel dad!, ¿no cree? En cambio… — me decía al momento que se le iluminaba la mirada — ¡qué diferencia de otros tiempos, ¿no?! ¡Qué bonita es la libertad! ¡Salud por ella! —Sin duda, amigo, sin duda. Salucita — le dije. —Si viera, caballero –prosiguió mi acompañante — qué nos talgia me da: vivir sin temor a la vida, jugar toreando carros en las esquinas y con los amigos vagar por las calles platicando acerca de cambiar el mundo o de lo que sea, con tal de convivir con ellos. ¡Qué lindo era ese sentimiento de despreocuparse del tiempo, ¿no? Cuando nuestra angustia mayor era que le diera por esconderse al sol y no pudiéramos seguir jugando el partido. —Sí, por supuesto —le digo — Quizás por ser tan libres, es que nos dura tan poco la niñez. Ahora que yo lo veía de cerca, advertía en mi interlocutor una mirada profunda, de vidrio soplado: Un reflejo desigual que irra diaba melancólica resignación y se proyectaba en todas direcciones desde las ventanas de esa mente que parecía tan despierta. —¿Sabe? A diario me entra el miedo que la vida se me esca pe, que me tenga que esconder cada día de mi vida detrás de las paredes o en las rendijas de un rincón para que no me agarren. La condena de ese encierro es brutal, amigo, francamente brutal. —Lo entiendo, no crea –le dije, mientras chocábamos los vasos diciéndonos “salud.”— Pero ¿sabe usted que es igual o más brutal? —¿A ver, qué puede ser peor, amigo? 16 —El culpable de esa angustia. Porque esa no sale sola, así nomás de la nada. No. Tiene un culpable, don. Ese es el odio in consciente e ignorante que causa temor y manipula las opiniones de la gente desde que van creciendo de niños. Un rencor epidérmi co. No amigo, a ese animal le provocamos indigestión. —Tiene usted razón. Es un odio que arruina una y con ellas miles de vidas más. ¿Qué hago si a donde quiera que voy tengo que esconder la palabra y el color? Uno no se la puede vivir ne gándose, amigo, uno arrastra hasta con la familia a esa vergüenza. —Es como quedarse plantado en la tierra sin poderse mover y únicamente nos quede ver pasar las aves ¿no? —¡Ándele, usted si sabe! —me dice brindando —. Un árbol que ha envejecido y, sin siquiera poder mover sus ramas, espera solamente el momento de morir. —¡Caramba, compañero!, parece que la pena lo ha hecho poeta. —No crea, mi amigo. Es el mezcal. —¡Ja, ja, ja! Sin duda, camarada. Ambrosia de Dioses. ¡Salud! —¡Salud! Luego bajó la vista y se puso serio. —¿Sabe?... Pues… los niños, verdad… ¿me entiende? … ellos son las verdaderas víctimas, ¿no?; ellos entienden muy poco de esto… son tan inocentes y pues… pobres ¿no?... ellos ¿qué?... Estas palabras entrecortadas le sacaron un par de lágrimas. —¿Le digo algo? —ya repuesto me dijo. — De pronto me hago el valiente, ¿sabe? Salgo a la calle hinchando el pecho, or gulloso de mi integridad. Hago las compras con seguridad, saludo recio y con soltura a mis vecinos y además en inglés, no crea que no me defiendo, pero luego me entero. Saco la oreja a la vida y vuelven los rumores, las historias de tantos y tantos desaparecidos. Mis pensamientos se llenan de presagios que me doblan el ánimo de nuevo y me regresan a mi espacio reducido y poblado desde donde solo me queda ver los días pasar y a los hijos crecer. 17 —Mejor acuérdese de los buenos tiempos, y revívalos mi buen —traté de animarlo, pues gradualmente se me iba poniendo achicopalado. —¡Salud, por ellos! —me dijo haciendo un esfuerzo por animarse. —Así mero. ¡Salud! El mezcal, por supuesto lo volvió a animar: —Que le cuento, amigo, que así como me mira ahora que ando de mata en mata y teniendo que burlar las lombrices a puras gordas con chile, he tenido mayor ración de buenos tiempos, tra bajando duro, claro, siempre trabajando sin parar. De ahí mi gran desilusión. Mire, un recuerdo en mis orejas de cuando empezaba a respirar los primeros aires rubios todavía lo puedo oír clarito: “Oye tú, compa, te vas a matar trabajando tanto, ¿eh? Relax, man!. Take a break!”. Yo solo sonreía y seguía mi tarea, como abejita, usted sabe. Y le he hecho prácticamente de todo, mi amigo. Y todo bien hecho, ¿eh? Termino a tiempo el jale y sin verle la cara a nadie. Créame, siempre he caminado derecho en el trabajo y en el hogar. Quizás ese haya sido mi error. Nunca he faltado a trabajar más de un par de veces en todo lo que llevo viviendo aquí y ni al doctor he ido a visitar. No; no será el trabajo lo que vaya a acabar conmigo, caballero, al contrario, ése es el que me ha mantenido fuerte y co rreoso. Lo que me va a venir matando es el vivir viendo a cada rato por detrás de mis espaldas; no saber si al día siguiente vivo bajo el mismo techo, duermo sobre la misma cama, saludo a los que quie ro, a los que amo, todos los días de cada mañana. Eso, aunque diga el Papa, que no existe… es el infierno, mi amigo… Se quedó un rato pensativo, le robó el último traguito al ca ballito y continuó: —Y como todo lo bueno en esta tierra rápido se termina, a pesar del gran disfrute yo me tengo que retirar; así que deséeme suerte que ya no lo agobio más con mis problemas. —No diga eso, amigo —con energía le digo —. Al contrario, no solo fue un placer, sino que sus problemas son los problemas de todos y entre todos hay que resolverlos. 18 Quiso pagar su mezcal, pero se lo impedí. Me agradeció sin ceramente y me dijo con un guiño de ojo que realmente deseaba que nos volviéramos a ver. —Seguro de ello, compañero —le dije, habiéndolo podido con el tiempo constatar. Lo vi alejarse, caminando con paso cauteloso, encogido de hombros y tapándose la cabeza con la capucha de su suéter, mien tras las primeras gotas de un chipi chipi empezaban a caer. El destino nos pone junto a cierta gente con la que comparti mos espíritus, amigos cuya compañía es bálsamo de alivio para las penas que llevamos dentro. Fue el destino el que dispuso que mi compadre fuera mi compañero de llantos, de risas, de canto. Lo volví a ver en un situación que se iría a repetir casi tan frecuente mente como nos fuéramos viendo: “El combebio”, la reunión de camaradas, el poner alma, corazón y cuerpo, en cada conversación, en cada llanto, en cada canción. Hay amigos hechos especialmente para eso y ese era precisamente mi compadre. Fue una noche de fogata que ardía de cuentos y canciones. Mi compadre se encontraba sentado entre los invitados que rodeaban una pila de maderos encendidos, acaso acompañando a uno de mis otros amigos de juerga. Me sorprendió y me gustó mucho verlo. Le di un caluroso abrazo, nos confesamos que “todo va bien y la familia también” y brindamos a nuestra salud. Los pocos que quedamos rostizando salchichas, empezamos a tomar turnos para contar por menores sobre nuestros pasados amorosos. Las primeras historias de la lunada derramaban miel. Ya sabrán: El osado paladín enamorado lanzado en pos de una imposible y mortal conquista. Conquistaba y huía. En todas las memorias contadas, era el narrador quien al final salía mejor librado, con el corazón más entero. Le tocó el turno a mi compadre, último trovador de la ronda y el más tímido durante la velada. No obstante, en cuanto llegó 19 su momento de actuar, se paró con gran seguridad, se puso en el centro de la rueda y con voz de animador de plaza empezó: —Déjenme que yo les cuente, hombres de poca fe y de mirada cauta, acerca de un amor ingrato que me dejó con gran quebranto los ventrículos del corazón. —¡Auch! Eso es todo, amigo. — exclamé entusiasmado ante tal introducción. —La quería más que a mi vida y jamás le di motivos para que un día, sin decir palabra... ¿Qué creen, camaradas? —¡¿Qué?! — estalló la audiencia. —Me abandonó. —¡Cómo! —Gritamos todos animados por las virtudes del mezcal. —Así. —¿Así, nomás? —pregunté. —Cabal, mi amigo. Esa tarde les cuento que me sentía feliz. Creí que mi suerte finalmente empezaba a sonreírme. Iluso de mí. Debí haberlo prevenido, amigos. Ese día, había conseguido la tan esperada promoción. El aumento de un sueldo que por mucho tiempo había estado estancado. Me comían las ansias por decírse lo a mi mujer. Sabía que se iba a poner muy contenta y hasta con seguridad tendríamos algo de acción esa noche, ustedes saben. Eso fue lo que pensé. Me apuré como nunca. Se atrabancar mis mo vimientos. Pero cuando llegué a casa, un mal presentimiento me revoloteo en el vientre subiendo pesadamente hasta apretarme la garganta. Momentos que cambian el rumbo de cualquier destino, camaradas. Al entrar a la cocina, ¡horror!, pegado al refrigerador colgaba la carta de su partida. Comencé a leer con mucho trabajo, no podía contener el temblor en las manos: Querido, me voy. Te dejo, por fin en libertad de hacer tu vida como quieras. Te pido por favor que no me busques. Estoy decidida y no hay nada que hacer. Sé feliz. Te deseo lo mejor, créeme. Gracias por todo, adiós. Se oyó un solo y sonoro suspiro de asombro entre el silencio del respetable. 20 —¡Camaradas! —siguió su drama, mi compadre— ¿Han sentido que las piernas se les hacen de flan y que la cabeza les explota? Pues, igual. Al recapacitar del impacto de tal injuria, me hervía el rencor de arriba a abajo. Cual león herido, salí de mi casa. Fui a buscarla desesperadamente a diestra y siniestra. Recorrí to dos los lugares donde ella hubiera o no podido estar. Pregunté a los vecinos, revisé en los antros, busqué en los bares, me adentré en los parques, deambulé las calles y…¿Qué creen? —¡¿Qué?! — La audiencia estaba enganchada. —Que al fin la encuentro, señores. ¿Y ni saben con quién? —¿Con quién? — tronó con lealtad el respetable. —¡Quién se lo iba a imaginar! ...nada menos que con…mi mejor amigo. —¡Cómo! —exclamamos todos. —Como lo oyen. Y créanme compañeros, si supieran el cariño que sentía yo por ella, me darían la razón. Un hombre enamorado es capaz de todo. Tiene una sola idea fija en mente y esa es la varse la angustia de imaginarla en brazos de otro hombre. Solo lo mueve un impulso: el vengar esa traición. No hay otra. Así que llegué al nidito de amor en el momento preciso. ¡En mera casa de mi amigo! “Maldito traidor”, me dije. Afortunadamente, en su ansiedad de tocarse, los amantes habían dejado la puerta de entrada abierta. Subí atraído por las voces del deseo. Mientras iba subiendo las escaleras, sentía yo como la sangre más me hervía con cada escalón que iba dejando atrás. Llegué a la puerta entornada de la habitación, que me permitió ver la ignominia perpetrada ahí mismo, en mis narices. Quedé por unos segundos petrificado. Se me vino a la mente todas las veces que convivimos los tres juntos. Até rápidamente los cabos. Al verme, los dos dieron un salto de ya nos pillaron que me hizo reaccionar. Entonces me acerqué. Les reclamé a los dos. Ella, en lugar de amilanarse, se engalló. Se le vantó de un salto, tomó su camisón dejado en el filo de la cama y, mientras se lo ponía, se empezó a reír de mí como una loca. Se burlaba de mi torpeza, de haber sido tan inocente; porque cómo 21 es posible que seas tan tonto por no saberlo todo, si hasta el cura de la parroquia se había enterado. Me fui acercando a ella que se hallaba parada ya cerca de la ventana. Yo le iba recriminando su engaño, mientras acortaba distancias. Estaba ya a centímetros de ella, cuando nos enfrascamos en una discusión acalorada: que si yo todo el tiempo trabajando; que si tú nunca quieres hacer nada; que si yo nunca he sabido quien es ella: que si tú nunca tienes ganas, en fin. El caso es que de pronto, con una rapidez de manos que yo desconocía, ella se apoderó de mis anteojos y me empezó a recla mar, mientras los agitaba enfrente de mi cara, que de qué diablos me servían a mí, si con lentes o sin ellos no podía ver más allá de mis narices. ¡No más!, me dije. Fue una reacción automática. Me abalancé sobre ella para quitarle los anteojos de la mano, ella dio unos pasos hacia atrás, y otros y… ¡Zaz!... se salió por el balcón. —¡Cómo! — exclamamos asombrados. —¿Y el amante? — Un invitado inconsciente le preguntó a mi compadre. —Pues resulta que el amigo pintó gallo. El infeliz era ahijado de un político influyente, se quedó calladito y no hizo olas para evitar el escándalo; y como aquí no pasa nada, pues ya nada pasó. —Oiga, ¿y su mujer? le pregunté apelando a la sensatez. —¿Mi mujer?, ah, sí . Pues no lo van a creer… —¿¡Qué!? —La muy pérfida se salió volando por la ventana. —¿Cómo que se salió volando, compadre?— quise que nos aclarara, pues ya la imaginaba estrellada en la banqueta rodeada de sustancias por doquier. —Así como lo oyen, camaradas, salió del balcón volando... volando se fue y volando se perdió entre los tejados de las casas. Voló y voló hasta que ya no la pude ver más en el cielo oscuro. —¡Aaah! — Exclamamos, todos divertidos.. —¡Salud, camaradas! — brindó el compadre. —¡Salud! — retumbó al unísono un coro. Tras el chocar de los vasos, la guitarra anunciaba una chilena y su primerita… 22 La Muerte llegó a encontrarme al fondo de mi agujero, Y yo le pedí angustiado: “no vengas que aún no muero… El término compadre se quedó grabado en nuestro léxico cuando en esta velada nos dio por llamarnos mutuamente com padres, quizás influenciados por el lenguaje de nuestra coloquial tertulia. Y lo que pareció moda dialectal de una noche, acabó siendo un apelativo que acuñamos permanentemente a nuestra relación de amistad. Gaspar, su verdadero nombre, no me salió decirle nunca, pero sí, “compadre”, o “don”.