Esta crónica, por momentos abstrusa, no pretende ser ningún evangelio, no quiere señalar ningún camino de sabiduría superadora, solamente quiere ser un espejo de lo humano, para que en el reflejo que nos devuelve la imagen cruda hasta el exceso, seamos capaces de hallar consuelo para nuestro abandono. Si al final está la redención, podrá descubrirlo el que se atreva a mirar -y a mirarse en- la munificencia pletórica de la fealdad (que por esto mismo deviene paradójicamente belleza), sin llegar a abandonar la idea de que quizás renunciar a la redención también puede ser su corolario más verdadero y eficaz.