Ocurre en 1996, la trama nos lleva por las décadas del 60’ al 90’. Un militar relata en primera persona, su trabajado con las fuerzas de ocupación y como acepta apropiarse de un bebe. Un personaje corrompido y ambiguo. Enrevesado para definir por la indeterminación de su patología. Ideológicamente enmarañado por su formación, se apoya en una filosofía desquiciante. Basa su proceder en la caricatura del bueno que salva al niño del infierno rojo. Nunca imaginó que del lugar menos esperado iban a surgir “perdedores al rescate”. Y lo desquicia no conocer ni saber interpretar sus intereses. Un uruguayo, ex miembro de la organización “Tupamaros”, será pieza importante para que el niño nacido en cautiverio reconstruya sus raíces. El rioplatense, que fue miembro en su juventud, año 62 a 64 del EGP (Ejército guerrillero del Pueblo), primer grupo armado que opero en la Argentina, se presenta como la antítesis del apropiador, un ser que al querer cambiar el mundo aprendió que debe extirpar las malas hierbas sin convertirse en inquisidor.