El nudo gordiano expresa la quintaesencia del enigma fiduciario. La pregunta por la naturaleza de una institución jurídica posee un carácter profundamente filosófico. Y ponerse en trance de filosofar es aventurarse en un misterio. La fiducia contiene su propio enigma. Veremos, en fin, cuál es su nudo gordiano y también cómo es posible desovillar esa madeja sin cuenda afrontando el problema con otros ojos, no por serenos menos demoledores. La cuestión se resuelve si en lugar de plantear la pregunta en términos drásticos y excluyentes, admitimos la existencia de un tercer factor de incertidumbre. La fiducia sucede en el tiempo, que es juez de todas las cosas. No hay un ser o no ser propietario. Lo que hay, en ciertas ocasiones, es un llegar tal vez a serlo, sumido en la bruma de la contingencia. Entre la verdad y la falsedad cabe, por derecho propio, el elemento de indeterminación. Pero si tratamos de erradicarlo, pagaremos el precio de las paradojas que nos aguardan a la vuelta de la esquina. Porque la fiducia tiene la virtud de poner en jaque definiciones consagradas, entre ellas la de la propiedad, sin ir más lejos.