La fiducia tiene asiento en medio mundo, finca típica en buena parte de España, y en donde no, se busca la vida con inusitado brío al amparo de ingeniosas denominaciones, a cuál más barroca. Ya pueden quienes contra ella truenan lanzar al aire cuchilladas de doctrina, que a la postre no resulta sino que, como en antigua comedia de enredo, los muertos que ellos matan no sólo gozan de buena salud, sino que encima dicen con sorna aquello de ladran, luego cabalgamos. Pues el hado cruel ha querido que las olas nos arrojen de nuevo a la playa de la que partimos en confiada nave y que estemos tan in albis como al principio, demos un breve paseo por el ágora doctrinal preguntando a los más doctos de los hombres. Vayamos, en fin, en busca de la causa perdida. Mientras unos se caen del caballo rumbo a Damasco, otros ni siquiera se apean del burro. Pero ni la fiducia es el caballo de Troya que oculta la hostil horda enemiga llegada de la pérfida Albión, ni para domar a este caballo hemos de caernos de ningún otro, y menos, camino de Damasco. ¿Cómo desatar el nudo gordiano? No será la soberbia espada de Alejandro sino la humilde navaja de Occam la que al fin nos libre de semejante entuerto.