Crecí en un pequeño barrio, en la localidad de Manresa (Barcelona). Cualquiera de sus habitantes podría atestiguar que siempre me apasionó el arte en todas sus vertientes, supongo que por eso me costó tanto averiguar que mi verdadera vocación era la escritura. Empecé a contar mis propias historias de niña, en los parques, las plazas y los recreos y comprendí que podía crear emociones de la nada. Fue así como descubrí el poder de las palabras. Creo que aprendí a estructurar un texto gracias a que mi padre, gran cinéfilo, me explicó que todas las películas nacen de una historia. Eso hizo que me interesara por el cine, los argumentos, las interpretaciones, los escenarios, las subtramas... Adivinar quién era el culpable o qué sucedería a continuación se convirtió en mi juego favorito, y hoy, cuando escribo, incorporo las técnicas audiovisuales que aprendí del cine. Tanto los profesores del colegio como del instituto me animaron a escribir porque decían ver facultades en mí. Gané varios concursos de poesía y relato corto que se celebraban anualmente en mi región y más adelante algunos en Internet mientras asistía a talleres de escritura. Mis primeras y últimas historias yacen en un baúl antigüo cerrado bajo siete candados deseando salir a explorar el mundo, así que, poneos cómodos, todavía hay Crista para rato.