Nos dijeron que podíamos ser lo que soñáramos que seríamos; que podíamos ser artistas, músicos, escritores, poetas, en fin, cualquier cosa. Pero no nos dijeron que a su vez se opondrían en cada paso del camino. Las fantasías bukowskianas mueren en un mundo de Biebers, Meyers y señoras adineradas que se dedican a llenar las salas de alumnos homosexuales de gastronomía y estilistas mediocres, de pinturas pseudo abstractas que harían que cualquier pintor decente deseara dedicarse a otra cosa. "Ahora entendíamos que toda esta libertad sin precio que tanto añoramos, no duraría mucho, era pagada por otros y para que fuera real y duradera, tendríamos que pagarla nosotros mismos, y para eso, tendríamos que dejar de ser libres...