Hubo una vez, hace no tanto tiempo, en la que contemplé tu mirada esquiva con los ojos llenos de lágrimas. Aun recuerdo la luz del atardecer sobre nosotros. No era capaz de escuchar mis propios pensamientos, pues estos eran empañados por el latir de mi corazón. Aquel día me enfrenté a muchas verdades a la vez, y ninguna dolió tanto como tu mirada. Recuerdo la primera vez que te vi, como si hubiera sido ayer mismo. Tu pelo, tus ojos, tu sonrisa… una mirada que cruzó la calle y atravesó mi pecho como un puñal, mientras el olor a incienso se colaba en mis pulmones. Recuerdo tu voz, libre como el viento, en mi oído. Que parecía recitarme baladas de amor al ritmo de David Rees. Recuerdo tu caricia, el albero, mi puerta… atesoro aquella feria a la que me agarré hasta el último segundo. Hoy me pregunto qué hubiera pasado si no hubiera estado dispuesta a darlo todo por ti. Jamás cabrán entre estas páginas las lágrimas que derramé, ni las noches sin dormir, ni los suspiros, ni esa alma encadenada a tu recuerdo que me torturó durante tres años. Tan solo espero que si alguien llega a leer cada una de estas cartas, encuentre en ellas los nombres apropiados para esas punzadas en la voz. No son solo tonterías de adolescentes. Es el corazón; solo el corazón.