Las circunstancias del momento han propiciado que surja, una vez más, una generación perdida, la que ahora está en torno a la treintena y a la que le toca enfrentarse a la precariedad en todas sus facetas. Ariana es una representante de ese grupo que vive gobernado por el síndrome de la incertidumbre: en lo laboral, en lo geográfico, en lo social, en lo sentimental, a veces incluso en lo físico. La trayectoria de Ariana está marcada por una familia que orbita a los dos lados de una frontera, antes real y ahora más simbólica, y por tres hombres muy distintos en los que no encuentra estabilidad ni seguridad, por lo que los tiene que ir abandonando uno a uno. Entre los personajes hay también una galería de mujeres en las que Ariana se mira como en un despliegue de espejos sin encontrar nunca al otro lado su contrafigura. Salvo en el caso de su tía Chantal, que aparece y desaparece de su vida como un cometa de ciclo errante. Es la única con la que Ariana comparte sus estados de fragilidad, de desarraigo, de inseguridad, de vulnerabilidad, incluso de desintegración. Y es con la que, al final, decide compartir también un futuro incierto. Eso tal vez indique que, aunque hoy en día el síndrome de incertidumbre se manifieste de forma más recurrente en toda una generación, como también ha pasado en otros momentos históricos, en realidad siempre ha existido una minoría numerosa que lo ha padecido. Y puede que esas personas marcadas sean las únicas, por su sensibilidad especial, con una conciencia plena de su contingencia, lo que no se debería considerar en modo alguno una tara, sino una capacidad extraordinaria para asomarse al gran abismo cósmico de la existencia.