Andrés Montenegro

Biografía

De padres españoles, originarios de León y Toledo. Nacido en Londres, allá por el año 75, cuando mis padres residían como inmigrantes, arrastrados por una de esas olas de inmigración española de los tiempos franquistas. Después de una breve infancia londinense, crecí y me eduque en los suburbios de Madrid (Alcorcón), donde pase mi adolescencia aficionado a la pintura, dibujo, comic, grafiti, fotografía, escenografía, cerámica y todo tipo de artes plásticas. Sumido en un ambiente familiar donde la lectura, los estudios o las Artes, no tenían mucha acogida, no fue hasta bien entrada edad -16 años-, que tuve la primera experiencia de leer un libro por entero; el libro que me abrió un mundo inimaginable, más allá de la televisión o la desidia de aquel barrio del extrarradio madrileño: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Lo que al principio había sido una propuesta de lectura breve -formando parte del temario anual de la asignatura de literatura del instituto- acabó despertando en mí un interés insospechado por el arte de la literatura. A partir de aquella experiencia reveladora, me hice un amante ferviente a la lectura. Cuando finalicé mis estudios de bachillerato -19 años-, decidí independizarme e irme a estudiar bellas artes a la capital, donde aprendí el oficio de la cerámica y la ebanistería, mientras asistía por libre a la Universidad de Bellas Artes. Los años pasaron volando, sobreviviendo en cuchitriles de los barrios del centro de Madrid y trabajando como camarero o botones en hoteles de 3 estrellas. Después de acabar mis estudios cerámicos, seguí rodando por España, aprendiendo la cerámica tradicional de origen romano en un pueblecito de Galicia (Mondoñedo), o esa otra de origen árabe en un pueblo de Valencia (Manises). Entonces, un día decidí dar el gran salto, y me fui a vivir a Japón, donde pasé 6 años consagrado a la ceramica. Allí tuve la oportunidad de trabajar como artista y marchante de mi propia obra a la vez, y dedicarme a la agricultura entre otras aficiones. En Japón, mi aprendizaje del idioma me permitió leer a los autores japoneses en su lengua original. La primera vez que leí una obra de Kawabata Yashunari, de Mishima Yukio o de Natsume Shoseki en japonés, tuve una emoción similar a la que había tenido leyendo El Quijote. Un descubrimiento inesperado; una forma de expresión literaria diferente; una sensación nunca antes sentida. Después, llevado por mi destino o por la casualidad, caí en París, donde me dediqué durante 4 años a la pintura mientras trabajaba como manager en una tienda de moda japonesa, ubicada en el corazón de la ciudad. Y en París tuve el placer de conocer a Flaubert, Maupassant, Gide, Camus, Sartre; Rimbaud y a otros grandes de la literatura francesa; de nuevo otra experiencia única. Y de nuevo, otro salto me dirigió fugazmente por los andurriales de Moscú y San Petersburgo, donde me encontré con el espíritu de Gógol, Dostoyevski y Bulgákov entre otros, a través de su literatura. Hoy en día me encuentro en Cracovia, terminando de escribir mi segundo libro y a medias con un tercero; aprendiendo este idioma polaco que un día me permita leer a Gombrowicz, Kapuścinśki, Bruno Schulz en su lengua materna. Y atraido por el legado cultural de esta región de Galicja; estudio tambien el idioma hebreo y me impregno de toda esa riqueza cultural judaica sumergida en la historia de esta tierra entre Cracovia y Leópolis (Ucrania). ¿Quizás esa manía de querer leer a los genios de la literatura en su lengua original me llevó a aprender todos esos idiomas sin darme cuenta? Español, inglés, japonés, francés, ruso, polaco y ahora hebreo, forman parte de algún compendio cultural y lingüístico que de algún modo debe reflejarse en mis escritos. El caso es que, todo lo que esas experiencias y culturas me han aportado parece haber llegado a un punto de ebullición tal, que me veo sin escapatoria alguna, empujado a tener que dedicarme a la escritura. Puede que sea un suicidio, como lo fue para muchos que murieron en el intento (aunque algunos lo lograron después de su muerte), pero estoy convencido de que dedicarme a la literatura profesionalmente, es algo que tenía que hacer en esta vida; hablo de mi sino. Confirmación de ello será quizás mi primera obra: Catarsis Otoñal, nacida de todas mis experiencias, y escrita en un estilo de algún modo espero, enriquecido por la fusión de todos esos conocimientos absorbidos desde otras culturas, idiomas y lecturas.

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