Raquel Saralegui escribió para nosotros una legión de fantasmas y cumplió, al pie de la letra, con su obligación de creer en ellos. El relato “Un día de enero” es tal vez el más claro de los ejemplos, y uno de los más lindos. Las ausencias de Alguien más pueden estamparse en las baldosas de una plaza o pueden esperar, estibadas en un depósito, apiladas unas sobre otras. La ausencia puede ser tabaco negro, pimienta, un dejo a roble, un tatuaje. El movimiento de un gato que no existe; el aire que se cuela por las ventanas o bien una melodía esquiva que se deja oír con la vocación permanente de ocultar su fuente. Una puerta sin paredes o los picaportes que se quedan sin puertas, con la claridad de una parábola, pueden ser, también, la imagen de la ausencia. Pero no todo es ausencias en este libro (porque todas las cosas son dobles), y la autora desliza, como en un guiño al lector, un par de piezas fuera de ese programa. “La regla T”, por ejemplo. Escena infantil y aparentemente absurda, plena de sentidos trascendentes, donde la violencia y la dominación, la acción y la reacción (o la resistencia pasiva), se mezclan con la evocación del infinito. “Aeropuerto” es el otro relato, donde la forma narrativa es desplazada por la acción dramática de un pequeño sketch teatral. También en “Algo de Rimbaud”, el procedimiento, aunque narrativo, se nutre fundamentalmente del mecanismo alusivo de la dramaturgia: la acción principal del relato se centra fuera del escenario, que permanece sólo como soporte de la voz que narra. Enrique Decarli