La vida de Guido nunca fue fácil. Era hijo único pero, para su mal, nunca estuvo solo. Empujado a creer haber cometido un pecado terrible dejó los estudios, su amor, a su madre y sus comodidades del Madrid Bien por una Roma inhóspita aunque todavía hermosa en su decadencia. Allá por el 96 del siglo pasado había pocos teléfonos móviles y tocaba atarse a la mesilla del teléfono fijo. Pero entonces, como ahora, los males del alma, los desamores y los trastornos mentales dolían como siempre. Es este un viaje de redención en el que seguir la voz de su amo sólo puede llevar al supremo sufrimiento. Para Guido, su madre, su mejor amiga, el simplón de Oblongo, Felipe el letrado y el inquietante Ignacio. Con un papa Juan Pablo II que no quiso más sangre que la suya en la Plaza de San Pedro.